La Convención Nacional Demócrata de los Estados Unidos de América, celebrada esta semana en Chicago, ha oficializado la candidatura de Kamala Harris a la presidencia, acompañada de quien sería su vicepresidente, Tim Walz, en caso de lograr la ansiada victoria electoral el próximo 4 de noviembre.

En un cuidado ambiente de ilusión, unidad y coherencia de mensajes bajo el paraguas mediático de “la vuelta a la esperanza… respondiendo a una perversa y amenazante destrucción de la democracia y pérdida de la libertad”, se proyectaron cuatro grandes reclamos electorales: “For the People” (por y para el pueblo), “A fight for our freedom” (una lucha por nuestra libertad), “for our future” (por nuestro futuro) y la imprescindible contribución activa de todos quienes deseen el apoyo a la candidatura propuesta: “When we fight we win” (cuando luchamos-trabajamos, ganamos). Y, por supuesto, con la guinda oratoria del inigualable apoyo del expresidente Barack Obama: “Yes, she can” (sí, ella puede) y la del expresidente Bill Clinton: “Time for joy” (tiempo de felicidad-alegría).

Con este más que positivo inicio de campaña, despertando un optimismo imprescindible para comprometer al país en la búsqueda de un futuro deseable, cabe preguntarse si la ola de entusiasmo y generación de expectativas ganadoras llegará al ánimo del verdadero votante estadounidense, al margen de las expectativas de quienes lo contemplamos desde el exterior, y si se activará a favor de la más que compleja agenda que ha de afrontar la vicepresidenta Harris para satisfacer las demandas de los estadounidenses, el rol que corresponde a Estados Unidos en el complejísimo tablero geopolítico y geoeconómico internacional, además de su más que imprescindible e inmediata participación en la normalización y pacificación democrática.

En un mundo necesitado de liderazgos con evidentes muestras de ausencia y desarticulación en una siempre reclamada “comunidad internacional”, demandante de nuevas recetas e instrumentos para afrontar un futuro más que incierto. Se quiera o no, un rol relevante a jugar por Estados Unidos, evitando un repliegue exclusivo en su propio territorio.

Kamala Harris tiene un corto a la vez que largo camino por recorrer salpicado de múltiples desafíos tanto internos como externos controlables o no exclusivamente por ella por su estrategia por sus políticas y por sus capacidades de apoyo dentro de los propios Estados. Grandes desafíos con el añadido de su doble papel, en estos escasos meses de trabajo, siendo a la vez, vicepresidenta del Gobierno de los Estados Unidos. Posición y responsabilidad de cuyas políticas, acertadas o no, ha sido corresponsable, así como de las decisiones que aún cabe esperar vendrán en los próximos meses. Posición y legado que le lleva a decidir poner en valor, sin complejos, el trabajo realizado como compañera inseparable del viaje realizado, compartiendo éxitos y fracasos del actual gobierno o distanciarse de todo aquello que se supone debió compartir o que pudiera entender que por distintas circunstancias en este requieran un camino diferente (nuevos tiempos, nuevos escenarios).

Kamala Harris ha de afrontar convergentes desafíos internos que ella, sin duda, dada su trayectoria e historial político y capacidades, ha de ser capaz de solucionar, respondiendo a las exigencias de la sociedad americana, así como una serie de riesgos-oportunidades externos.

Soluciones propias para exigencias del ciudadano medio y “clase trabajadora”, como ella sugiere, que pasarían por la redefinición de una nueva estrategia económica que profundice en las políticas que vienen desarrollándose en torno al acta CHIPS, pilar de su apuesta inversora con los mayores fondos públicos conocidos en posguerra al servicio del renacimiento industrial y la política manufacturera y de creación de empleo endógeno para “alcanzar el futuro”, potenciando los elementos asociables con el cambiante mundo del trabajo, de la formación, del desarrollo rural y regional y de las ciudades (en especial sus barrios y zonas marginadas). Nuevos impulsos para favorecer una economía inclusiva al servicio del bienestar, despejando las dudas que el reciente resfrío bursátil del pasado agosto parecía poner en entredicho, así como la preocupante publicación de los últimos datos de pérdida de empleo alumbrando un posible parón en la eficiencia del mercado laboral.

¿Podrá entusiasmar la articulación de una verdadera estrategia de riqueza, bienestar, empleo y desarrollo inclusivo que responda al “sueño americano” de todos y cada uno de los ciudadanos cuyo compromiso (en el voto mañana, en el trabajo permanente después), requiere? ¿Convencerá en su propuesta su voluntad y capacidad transformadora de un “aparato de la industria política” de Washington, generador de un profundo desencanto y distancia respecto del ciudadano medio objetivo?

Sin duda, se trata de una complejísima tarea a llevar a cabo, con muy poco tiempo para convencer a sus votantes. No ya de su logro durante su futuro mandato, sino de llevar a su ánimo la confianza en su potencial ejecución.

Pero si la agenda interna resulta enormemente compleja, hemos de añadir el incalculable desafío que afronta en todos aquellos otros elementos externos de cuya solución inmediata se le responsabilizará, exigiendo respuestas convincentes para hoy, cuando la solución de los mismos ni está solamente en sus manos, ni depende exclusivamente de su propia agenda: ¿será suficiente este período electoral para constatar una solución (seguramente temporal más que definitiva de alto el fuego) en este complejo, intenso, doloroso y multicausa conflicto palestino-israelí? ¿Será capaz el mundo en general, y Estados Unidos en particular, de favorecer una solución también parcial y temporal a la guerra provocada por la intervención de Rusia en Ucrania? ¿Jugará un papel satisfactorio en el nuevo contexto atlántico con los imprescindibles cambios a incorporar en el seno de la OTAN, de la Unión Europea y por supuesto de todas y cada una de las partes implicadas, con una profundización, al parecer, en políticas, presupuestos y estrategias de defensa y seguridad, que se anticipa más que complicado en los meses inmediatos una vez relanzada la nueva Comisión Europea y las respectivas elecciones o cambio de gobiernos previstos? ¿Habrá una solución, también temporal, a la migración irregular en la frontera sur con México (de implicación en toda América Latina), coincidente con el relevo presidencial López Obrador-Sheinbaum?

Sin duda, un corto y largo camino, a la vez, ante un ilusionante y motivador encuentro con la esperanza en la recuperación democrática y la búsqueda de nuevas soluciones al servicio de agendas políticas, sociales, económicas, al servicio de esa sociedad media que refleje el sentir y demanda mayoritaria del pueblo americano con el compromiso de preservar la libertad, el bienestar de todos evitando dejar las bolsas de marginalidad existentes a lo largo del país, aportando un papel clave en el sistema mundial.

La esperanza en el “Yes, she can” (Sí, ella puede), proclamado por Obama, no es solo una esperanza para los estadounidenses sino que, sin lugar a dudas, es, y puede serlo, para los muchos desafíos, inquietudes y necesidades colaborativas, demandadas a lo largo del mundo.