Los errores se acaban pagando. Le puede ocurrir a la vicepresidenta Montero por irritar a ERC con una atropellada interpretación sobre el acuerdo financiero para investir a Illa. Tampoco los Mossos se librarán de las garras siempre ávidas del juez Llarena con el independentismo rebelde, una vez reconocidos, por fin, sus flagrantes errores que facilitaron la cómoda fuga de Puigdemont. Peor suerte, a su vez, para quienes pidan acogerse en su trabajo a los presuntos beneficios (?) de conciliación porque podrían ser despedidos en otra falla descomunal del Ministerio de Igualdad. Pero nada comparable con el hiriente desatino inhumano que desprende esa abominable y rastrera pelea entre Gobierno y PP en materia de migración. Y por el medio, se siguen colando las ratas tuiteras alentadoras del odio xenófobo en un vergonzoso espectáculo que retrata un paupérrimo nivel ético y no solo desde el vil anonimato.
La ministra Montero no siente el escalofrío propio del ridículo. Por eso cambia fácilmente de opinión sin ruborizarse. Una elástica capacidad camaleónica, posiblemente aprendida de su maestro y presidente. Ahora bien, tampoco esta proverbial soltura la exime de errores. Ahí queda su traspié de Rota que descose más de un hilván. Nada menos propicio que acudir a suelo andaluz un miembro del Gobierno socialista para hablar a las claras de las concesiones fiscales al republicanismo catalán. Por eso la responsable de Hacienda se enredó, sabedora de que la verdad desgarra electoralmente a sus convecinos, incluso a ella misma.
O Montero miente o ERC no dice la verdad. Uno de los dos engaña, o simplemente disimula, ante un respetable que asiste atónito al debate sobre una cuestión mollar de Estado que nadie se atreve a pasar a limpio en público. Un manguerazo de gasolina al incendio que empieza a propagarse en múltiples direcciones. Todavía no ha entrado el acuerdo en el Congreso y las llamaradas prenden con avidez, posiblemente en el test político más arriesgado que el siempre osado Sánchez vaya a encarar bajo el riesgo de quemarse. La retahíla irónica de Junts nada más escuchar con hondar satisfacción cómo la ministra negaba la financiación singular para Catalunya augura un tenso debate parlamentario y, tal vez, el signo de un rechazo que convulsionaría la vida política. Hasta entonces, solo queda confirmado el halo de misterio sobre el auténtico alcance de la letra convenida y, a su lado, los fundados temores a explicar sin tapujos desde el bando socialista la magnanimidad de su concesión.
Sánchez no ha tenido tiempo por el periodo vacacional ni ganas por el ambiente tan enrarecido para dar una pincelada didáctica que amaine el temporal generado. Volverá a jugárselo sobre el alambre, aunque en este incendio deberá atajar demasiados focos, dentro y fuera de su propio partido, incluso en el seno de Sumar. Un debate emponzoñado por tantos intereses cruzados y al que contribuye, por enésima vez, el déficit de una comunicación oficial inexistente. Ni siquiera la válvula de escape de su retardado encuentro en Canarias con su presidente autonómico –ha preferido recibir antes a Illa que a Clavijo durante su descanso en Lanzarote– y el viaje a Mauritania, Senegal y Gambia amainarán el temporal que preparan en Génova utilizando el batallón de sus gobiernos territoriales.
El PP prefiere hablar de la financiación catalana. O, incluso, del enésimo capítulo del culebrón en torno a Begoña Gómez sin reparar en las disparatadas conclusiones procesales del juez Peinado que sigue su cruzada particular, también en agosto, ante el alborozo de los ávidos títeres mediáticos contra el sanchismo. En el caso de los vericuetos del hermano del presidente por los despachos de Hacienda la instigación continúa, aunque carece de la estridencia suficiente.
La onda expansiva de estos supuestos escándalos, trufados de una falta de ética desbordante, podría servir de cortina de humo para la dirección popular. Ocurre que, en el dramático tema de la migración, dirigentes como su alcalde en Badalona les supone un baldón. El racismo exhibido en redes sociales por Albiol solo puede ser considerado un miserable error desde una óptica benevolente. En pura justicia, retrata tristemente su credo personal y político desde la miseria de un abyecto oportunismo político que, en una primera derivada, tanto daña la imagen pretendidamente centrista de Feijóo para asociarla con el sectarismo incriminatorio de Abascal o Alvise. La desmedida oleada de odio de los últimos días no solo preocupa por la insolidaridad que rezuma sino por la duda de que quizá no reciba el castigo que merece o hasta haya quien lo pueda rentabilizar.