Aquí regreso tras unos días de descanso en estos menesteres de la opinión esquinera de la página tres. Y no se crean, que he echado de menos acceder a este breve espacio para mí solo. Sobre todo, porque sin él, nadie hace demasiado caso a mis neuras. Por ejemplo, aquellas que hacen referencia al pegajoso mejunje que ya abunda en las aceras de la ciudad por obra y gracia de ese magnífico arbolado que hay en Gasteiz y que procura que uno llegue al trabajo o a casa con una retahíla de hojas, mugre variada o papeles pegados al calzado, que previamente ha pisado toda la melaza que ha podido. Cada año pasa lo mismo. Una viscosidad inmensa que se agarra a cualquier superficie bajo las ramas y que no respeta a nadie, vaya como un pincel o desarrapado. La cuestión es que tras el periplo celedoniano que dejó las calles un tanto afectadas por los excesos de propios y extraños, ahora se le suma la sustancia en cuestión excretada sin compasión para dejar al personal con cara de circunstancias al caminar aguantando el soniquete que genera cada uno de los zapatos al tratar de zafarse del pegamento natural que aporta nuestra querida ciudad verde. En fin, supongo que este es uno de los peajes que tenemos que pagar los gasteiztarras por apostar por la sostenibilidad y el urbanismo fetén.
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