Cuando piensas que la gente no puede sorprenderte más, siempre llegará alguien que lo hará, y normalmente lo hará a peor. Y el del pasado viernes, 28 de junio, fue uno de esos días que demuestran que aún nos queda un camino largo y pedregoso por recorrer para construir un país justo, con memoria y que respeta las libertades individuales de las personas, no solo su sexualidad sino también sus pensamientos, creencias y opciones.
Al igual que en años anteriores, y siempre que las circunstancias me lo han permitido, acudí a la manifestación a favor del Orgullo LGTBQIA+ convocada por la Coordinadora E28 en Bilbao. Este año, dentro del contexto que ha fijado el conflicto entre Israel y Hamás en Oriente Medio, los organizadores quisieron unir las reivindicaciones del colectivo LGTBQIA+ con la situación que se vive en Palestina, una combinación tan peculiar como lícita. Pese a los posibles cuestionamientos que me pudiera generar esta fusión de luchas, amigxs y compañerxs de EAJ-PNV decidimos acudir a la manifestación para reivindicar lo que venimos reivindicando históricamente: nuestro derecho a poder vivir de forma abierta e igualitaria nuestra opción sexual en una Euzkadi de personas libres donde no exista ningún tipo de discriminación ni violencia de odio relacionado con la sexualidad, el origen, las condiciones y los pensamientos de las personas que componen nuestra sociedad.
Salimos de La Casilla poco después de las siete y media de la tarde. No pude evitar pensar que la afluencia me parecía inferior a la de otros años, achacándolo directamente a que este 28 de junio había caído en viernes y que mucha gente se habría ido de fin de semana –con las alegrías que nos da últimamente la meteorología vasca, estaba claro que la playa en este caso no era una opción–. Entre gritos y consignas limitadamente innovadoras, marchamos ondeando nuestras ikurriñas (por cierto, las únicas que vimos), símbolo de libertad bajo la cual todos los colores y banderas son bienvenidos. Mentiría si dijera aquí que me sentí cómodo en aquella manifestación, pero trabajé duro para autoconvencerme de que allí era donde tenía que estar. No solo por la lucha por nuestros derechos, sino también por todas aquellas personas que sufren violencia y discriminación de forma diaria, por todos aquellos ciudadanos y ciudadanas de más de 60 países donde la homosexualidad es ilegal hoy en día. Y, sobre todo, por la memoria de aquellas personas que trabajaron y se fueron para dejarnos un lugar más justo y libre donde vivir.
Casualidad o causalidad, según nos acercábamos a la plaza Zabalburu las consignas fueron evolucionando de un tono reivindicativo a un tono reaccionario. Aún sigo tratando de entender por qué eso del “¡Sexo anal contra el capital!”, cuando no recuerdo haber leído nada de eso en la Lucha de Clases de Karl Marx. Más curiosa aún me resulta esta consigna cuando los primeros países en despenalizar la homosexualidad y legalizar el matrimonio entre personas del mismo género fueron las democracias liberales. “Vale, venga, tenemos que seguir”, me dije, nos dijimos. Y seguimos, mientras que el megáfono del sermón libertario (megáfono que, por cierto, lucía una pegatina en la que se insultaba a EAJ-PNV) se acercaba cada vez más a nuestra posición. Fue en ese momento, estando ya la megafonía a menos de diez metros de nuestro grupo, cuando escuchamos: “Polizia, entzun: pim, pam, pum!”. Tan poco acertado como asqueroso resultó el hecho de que una de las pocas consignas coreada en euskera fuera pura amenaza. Y fue allí y en aquel momento cuando mi ya escasa fe en la humanidad se desvaneció por completo. Miré directamente a uno de mis compañeros de fatigas: “no hace falta más, está claro, de aquí nos vamos”.
Y sí, nos fuimos. Nos fuimos porque tenemos memoria, porque no toleramos el odio y, sobre todo, porque no alcanzamos a comprender cómo cualquier tipo de libertad puede reivindicarse desde el insulto, la amenaza y la violencia. Desde luego, nos enseñaron mejor que todo eso. Nos enseñaron a querer, a respetar y a proteger. Nos enseñaron a levantarnos ante las injusticias y a dar la cara por el débil, pero jamás usando la violencia. Son varias las veces que me he cuestionado si este país está preparado para trabajar la memoria de verdad, una memoria crítica y real que de verdad permita que, pese a nuestras diferencias de pensamiento, podamos ser capaces de cabalgar todos juntos por una causa superior. Claramente, 2024 tampoco ha sido el año para ello.
Si algo tengo claro es que por los países se trabaja, por los derechos y los sueños se lucha. En cambio, los fanatismos, tal y como ocurre en Oriente Medio, aniquilan y desplazan. En esta ocasión, puedo reafirmar gustosamente que he sido yo quien se han sentido orgullosamente desplazado.
Harro den Bilboko EAJ-PNVren alderdikidea