Los Julio César a la vasca declaman aquello de Alea jacta est. Pero en absoluto, la suerte política de este país no está echada porque depende de los votos que finalmente acaben depositados en las urnas. Lo saben como nadie los indecisos que decantarán los comicios en el último suspiro dominical. Qué intríngulis. 

El PNV afronta las horas decisivas con el indisimulado deseo de que la participación exceda del 65%, pues se le presupone la mayor capacidad de crecimiento como voto refugio y sigla con más sufragio durmiente. El objetivo, que la ganancia en Bizkaia sobre EH Bildu enjuague la desventaja en Gipuzkoa y en Araba se registre un empate a escaños valiendo cada uno como 5.000 papeletas. De ahí la actividad ingente de Pradales en campaña, del uno al otro confín de cada Territorio para aquilatar imagen de solvencia como sucesor de Urkullu aunque revestido de una impronta renovadora desde su conocimiento institucional y de la diversa sociedad vasca. En contraste con el perfil contenido de Otxandiano, en limitada exposición para aminorar riesgos y con diagnósticos centrados en la gestión en detrimento de la independencia. 

Consagrado a persuadir a la base de la pirámide electoral mientras Otegi se ocupaba del dogma, Otxandiano se quedó sin embargo colgado de la brocha de ETA al referirse a la violencia casi como un fenómeno meteorológico para hipotético beneficio de la izquierda confederal, en riesgo de fagocitación por EH Bildu cuando Podemos fue primera fuerza en Euskadi en las generales de 2016. Ahí reside la clave para que el otrora abertzalismo radical le dispute al PNV la victoria en escaños –al filo de los treinta– y en votos, hasta el punto de que Podemos y Sumar tal vez no alcancen en cainita concurrencia por separado ni el 3% del sufragio preciso para acceder al Legislativo. Por su parte, el PSE parece retener fidelidad como para diez parlamentarios y así la influencia en el núcleo de poder del partido bisagra. Mientras el PP podría dejar a Vox sin su escaño por mor del discurso férreo de su candidato para levantar siquiera mínimamente su suelo de seis actas de hace cuatro años, como en 1990. 

A expensas siempre del voto contado –hasta el viernes 26 el emitido por los vascos residentes en el extranjero–, la incertidumbre se cierne más sobre la dificultad para la gobernabilidad del país en caso de no mediar una mayoría absoluta coherente que sobre la fórmula de gobernanza, la vigente coalición PNV-PSE según los posicionamientos previos de ambos partidos. En línea, por cierto, con la preferencia de la sociedad vasca y también en los caladeros respectivos de acuerdo a la variada demoscopia. De no sumar entre ambas siglas esos ansiados 38 escaños, el país entrará en la senda bien de la geometría variable en función de contenidos, con EH Bildu y el PP mediatizando las políticas y sus tiempos de ejecución, bien del socio externo prioritario, con la consiguiente pérdida de centralidad transversal. Más allá de filias y fobias, es la estabilidad lo que hoy está en juego. Tú decides.