qué llamamos política? No hay una sola definición. Una de las más utilizadas entiende la política como una disciplina (eludimos aquí el debate de si es o no es una ciencia) encargada de poner las reglas de juego para resolver los problemas sociales mediante el trabajo de lo común. Para Aristóteles, el filósofo griego que los jóvenes conocemos sobre todo por la selectividad, y uno de los padres del estudio de la política, era la madre de las ciencias. Su objetivo: conseguir el buen vivir a través de lo común. Eso sí, por lo visto se le olvidaron los esclavos o las mujeres.
En la práctica encontramos términos diferentes: política, políticas y ciencias políticas que aunque se parecen entre sí, tienen distinto significado. Ya hemos dicho que entendemos por política una disciplina que implica lo ideológico. Las políticas son otra cosa: decisiones y acciones concretas. Para algunos eruditos en la materia, son meramente técnicas sin carácter ideológico. Cada vez abundan más los gobiernos técnicos -tecnocracias-, habituales en periodos de crisis. Un ejemplo es el actual Gobierno italiano liderado por Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo.
Pero todas las políticas seleccionan ciertos objetivos, sectores, recursos o prioridades, por lo que siempre son decisiones políticas, es decir, ideológicas. Un ejemplo: la gestión de la pandemia. En algunos casos, como el de Reino Unido o Brasil, desde posturas neoliberales, se ha primado la idea de mantener a flote la economía frente al bienestar ciudadano, mientras en otros países, más propensos a defender el Estado de Bienestar, optaron por mantener las restricciones para garantizar la salud de la ciudadanía, aunque eso suponga pérdidas económicas. Ante la ola de neoliberalismo que asola nuestra sociedad muchas voces denuncian que la política se ha convertido en un mero simulacro a las órdenes de la gran economía, que cada vez controla más nuestra vida cotidiana.
¿Qué pintamos los jóvenes ante esta situación? La generación más preparada y más titulada de la historia. El 41% de los jóvenes entre 25 y 34 años tienen en España una licenciatura de estudios superiores o FP y, a su vez, el 37% de la población tiene más formación que la requiere su puesto laboral. Con frecuencia los jóvenes estamos sobrecualificados para el mercado laboral al que salimos tras nuestros estudios.
Pero los jóvenes no nos sentimos, salvo contadas excepciones, atraídos por la política. Como joven nacido en el año 1998 (supuestamente en pleno final de la época milenial) veo que las personas de mi edad se encuentran descontentas no solo con la clase política, sino con la política en general. Sin embargo, desde sectores con mayor edad, se nos acusa de no interesarnos por la sociedad y se nos tacha de individualistas, malcriados e inmaduros. Pero, según el CIS, el 84% de los españoles creen que los jóvenes hemos cumplido con las medidas implementadas para combatir el coronavirus. Entonces, ¿en qué quedamos? La realidad muestra que las instituciones, los partidos políticos e incluso movimientos sociales tienden a no pensar en nosotros, no hablan nuestro idioma y en muchas ocasiones ni nos ven. Aparentemente nadie se pregunta: ¿Por qué nos tiene que interesar la política? ¿Qué nos ofrece? ¿Qué contiene de nosotros y para nosotros?
No parece que haya un compromiso firme por luchar contra los problemas fundamentales que más nos preocupan a los jóvenes, como la precariedad laboral, social y vital, el aumento de la brecha generacional, la ausencia de cauces institucionales eficaces y la falta de claridad del futuro. Al contrario, hemos visto como se nos señala y criminaliza en lo que respecta al covid-19, pero en ningún momento se nos ha propuesto participar como sujetos activos en la lucha contra la pandemia.
¿Hay miedo a que los jóvenes participemos decisivamente en la política? ¿Hay miedo a que nuestra intervención suponga un verdadero cambio social, una transformación real? Nuestra participación parece reducirse a conformar las juventudes de instituciones burocratizadas o a tener un papel testimonial en la época de elecciones. La política actual, claramente conservadora -al menos en el aspecto generacional- nos cierra las puertas, haciendo que nuestras inquietudes sean invisibles o muy poco visibilizadas.
Las soluciones no pasan entonces por crear lugares para que nos reunamos en los municipios ni por colocarnos en primera fila detrás de los candidatos en los mítines para rejuvenecer la foto. Pasan por tenernos en cuenta y solventar los problemas que agobian a una generación desorientada y que comienza a sentirse traicionada. ¿No sería mejor trabajar para crear una política inclusiva y de brazos abiertos que incluya no solo a los jóvenes, sino a todos aquellos grupos sociales que se sienten cada vez más excluidos? Fomentar la inclusión de esos jóvenes que habitan la España vaciada, asegurar puestos de trabajo en condiciones dignas y acabar con la precariedad, solucionar la situación de miles de niños y jóvenes que viven en extrema pobreza, ayudar a esos menores refugiados que cruzan nuestras fronteras y en general, mostrarnos que formamos parte de este proyecto al que llamamos sociedad y cuya promesa de futuro cada vez es más incierta. Rejuvenecer la política no consiste solo en hacer una política menor de edad para los jóvenes, sino en hacer una política joven, viva y con futuro. ¿De qué tenemos que hablar, de una juventud inmadura o de una política insensata?
* Estudiante de Ciencias Políticas y Gestión Pública en la UPV-EHU