oy, 8 de abril, se cumplen cuatro años del día en que la sociedad civil vasca culminó la iniciativa más importante de cuantas ha tomado en el proceso de construcción de paz en nuestro país, facilitando el desarme civil de ETA. Un paso determinante para, doce meses después, dar fe de su disolución en una conferencia internacional en Kanbo. Una iniciativa arriesgada. Facilitada desde Ipar Euskal Herria por Bake Artisauak y Bake Bidea, entidad que forma parte del Foro Social Permanente y que contó con el acompañamiento de la comunidad internacional y, especialmente, de la Comisión Internacional de Verificación (CIV).
En 2021 se van a cumplir 10 años de la Conferencia Internacional de Aiete, organizada por Lokarri, una iniciativa que sacó a la luz el trabajo discreto que numerosos actores venían realizando desde varios años antes. Un buen momento para poner el foco en la aportación de la sociedad civil a este proceso, implicación que, a ojos de los agentes internacionales que obran en la resolución de conflictos, es precisamente uno de los aspectos que lo hace tan singular. Hablamos de “proceso de construcción de paz” -término acuñado por Paul Ríos- porque el término “proceso de paz” clásico no genera el consenso necesario. Precisamente, en la mayoría de procesos de paz al uso -mesa de negociación, garantes internacionales y acuerdos solemnes-, uno de los aspectos negativos que de manera reiterada aparecen en los balances posteriores es el carácter de espectador adjudicado a la sociedad y, cuando esos procesos empiezan a encallar en su implementación, su consecuencia directa es la posición pasiva en la que se sitúan los agentes sociales.
Unido a lo anterior, tres son los aprendizajes que hoy queremos poner en valor:
En el caso vasco, tras el encallamiento del proceso Aiete-Oslo, es precisamente la sociedad civil la que decide pasar de ser espectadora a ser actora. El Foro Social de 2013, organizado por Lokarri y Bake Bidea, es el espacio para un primer y extenso acuerdo político-social en torno a las recomendaciones emanadas del mismo. En Ipar Euskal Herria el Acuerdo de Baiona, en 2014, marca una hoja de ruta propia. Si la sociedad civil ya fue un activo que aportó a la creación de las condiciones previas -objetivas y subjetivas- para llegar al proceso de Aiete-Oslo, desde 2013 se ha convertido en el agente facilitador en la resolución de las consecuencias del ciclo de violencias. Las recomendaciones de los cinco Foros Sociales celebrados han sido el aceite que ha permitido que el motor siguiese funcionando en las numerosos ocasiones en las que se gripaba. Por resumir, el III Foro (2016) recomendó superar el bloqueo a través de un desarme de ETA de la mano de la sociedad civil propuesto en Gernika por Berghof Fondation y ahí el dicho “nos miraban como vacas al tren” resumía perfectamente la primera reacción de los actores internacionales, institucionales, políticos y sindicales tras el trabajo discreto, de peregrino, de presentar esta innovadora propuesta. En el II (2014) y el IV (2017-2018) Foros, el aporte llegó en relación al proceso de reintegración de las personas presas, huidas y deportadas -donde hoy empezamos a ver los primeros resultados- y en el V (2018) sobre la construcción de la convivencia democrática.
Si los acuerdos de paz al uso parten de un acuerdo bilateral con garantes internacionales, los dientes de sierra que vive nuestro proceso han pasado por las tres fases. Si Aiete-Oslo es consecuencia de la bilateralidad, el bloqueo posterior del proceso impulsa a una de las partes a tener que dar pasos unilaterales y generar las condiciones que permitan otros pasos posteriores. Y esta dinámica nos ha traído hasta el paradigma actual en los tres nudos que quedan por desatar -derechos de todas las víctimas, personas presas, huidas y deportadas y memoria crítica inclusiva-. Hoy nos encontramos en un proceso multilateral en el que son muchos los aportes provenientes de actores institucionales, políticos, sociales y sindicales. Ejemplo de ello son los múltiples acuerdos en los dos primeros aspectos en instituciones o en declaraciones que serían largos de enumerar. Consensos que, desde 2017, han incorporado a sectores políticos y sindicales que habían permanecido ajenos al mismo. Un ejemplo de ello son las aportaciones que estamos recogiendo en el proceso participativo “Compromiso social”.
Vivimos en un país complejo, donde las mochilas que cada uno debe portar pesan mucho, con múltiples desconfianzas cruzadas, lo que hace difícil los acuerdos de calado. Sin embargo, tanto con el desarme civil como, en menor medida, con la disolución, la triangulación de acuerdos entre las instituciones, la sociedad civil y la comunidad internacional fueron el instrumento y los garantes del éxito. Durante ese trabajo, estos tres agentes aparcando las desconfianzas durante un tiempo, demostraron que juntas pueden hacer grandes cosas. Y en esta situación, desde 2018, los micro-acuerdos se están demostrado un método positivo para avanzar. ¿Alguien podía imaginar hace cuatro años a todos los partidos reconociendo a todas las víctimas en su derecho a la verdad, la justicia y la reparación; los acuerdos ya consolidados sobre personas presas o los recientes acuerdos sobre el caso de Mikel Zabalza?
Somos conscientes de que algunos actores nos critican por pecar de optimismo, pero siendo objetivos, es muchísimo lo que se ha avanzado. Pero lo que es más importante, consolida un método de resolución -los consensos institucionales, políticos, sociales y sindicales- como el instrumento adecuado. Construir estos consensos ha sido el fruto de un trabajo de tejido con hilo fino, discreto, alejado de los focos, tanto fuera como dentro de las instituciones, generando espacios de encuentro y diálogo públicos y privados. Espacios de encuentro que, no sin dificultades, han ido generando los marcos de confianza que han sabido poner en valor lo que une a los diferentes agentes frente a lo que les separa. Diálogos que han generado las condiciones objetivas para que esos consensos se escenifiquen en el contexto adecuado de múltiples maneras. Desde el Foro Social Permanente tenemos el convencimiento de que, sin este largo trabajo de cocina discreto, de facilitación, hubiera sido más difícil llegar al nivel de consenso actual en los puntos citados. No somos ingenuos. Sabemos que la batalla del relato sigue condicionando este proceso e impide avances en el tercer nudo: la memoria critica inclusiva. Sabemos por experiencia que los desacuerdos encuentran más eco en los medios de comunicación que los acuerdos. Pero si hemos llegado hasta aquí ha sido precisamente por nuestra perseverancia como sociedad. Por negarnos a resignarnos. En 2021 seguimos trabajando para que el proceso de construcción de paz siga dando más pasos. La cohesión social nos lo exige.
Foro Social Permanente