ntre 1999 y 2007, Estados Unidos impulsó un rápido proceso de desmontaje de los controles sobre las actividades financieras que se habían puesto en marcha en los años treinta para contener el desastre de 1929, y que habían pervivido cerca de setenta años garantizando la subordinación de las rentas financieras a la creación de riqueza real.
Una de las últimas medidas aplicadas fue la supresión el 6 de julio de 2007, justo el mes anterior al colapso del mercado interbancario internacional, de la denominada upstick rule, regla de trading para regular las ventas a descubierto (a corto) en los mercados financieros.
Esta regla fue puesta en marcha en 1938 por el fundador del clan Kennedy, Joseph P. Kennedy, cuando era presidente de la comisión del mercado de valores de Estados Unidos. De acuerdo a esta regla, si un valor mobiliario es vendido a descubierto (es decir, cuando se pacta entregar en una fecha un paquete de acciones, sin que el vendedor tenga la propiedad efectiva de los activos cuando se efectúa el acuerdo de venta, pues espera comprarlos a un precio más bajo del acordado en el contrato y embolsarse la diferencia), las ventas no estaban permitidas a un precio inferior al de la última venta (minustick) ni a un precio igual al de la última venta, si este fue inferior al del cierre de la bolsa del día anterior (zerominustick).
En la práctica, la regla impedía que se pudiera provocar una bajada artificial del precio de un activo, simplemente enviando mensajes al mercado de que abundan las ventas con descuento sobre los precios del mercado. Suprimida esta regla, por tanto, se abrió la veda para que todos los agentes con suficiente poder de mercado, es decir con liquidez suficiente para realizar compras y ventas masivas, puedan orientan a su conveniencia la tendencia (al alza o generalmente a la baja) de la cotización en bolsa de las acciones de una empresa.
Y hoy los agentes con ese poder son mucho más poderosos que en los años treinta cuando se creyó conveniente proteger a las empresas de los mismos. Hoy el 1% de los hogares de Estados Unidos es propietario del 53% de todas las acciones cotizadas en bolsa, y casi la totalidad de las mismas, el 93%, está en manos del 10% de las familias. Por tanto, basta que unos pocos muy ricos muevan una parte mínima de los títulos de su propiedad para que la magia de la oferta y la demanda funcione de acuerdo a sus intereses: vendiendo y haciendo bajar el precio para recomprar después a menor coste, o comprando para que se revaloricen las que ya se posee en cartera. Y a la inmensa mayoría de las personas solo les queda seguir las señales que los poderosos van dejando, para intentar con gran esfuerzo y en general parcos resultados, navegar la ola que otros provocan.
Los grandes paquetes de acciones los gestionan fondos financieros que trabajan por cuenta de los grandes propietarios, aunque en ocasiones permiten subir a bordo también a los socios modestos del negocio del capital ficticio -ya saben, ese capital que bien invertido puede dar grandes rentabilidades sin que se mueva una sola máquina para producir ningún bien o servicio, ni la más mínima riqueza real en forma de bienes y servicios útiles para la población-.
Algunos de esos organismos se han especializado en alimentar la caldera de los movimientos rápidos de los precios de las acciones. Si las empresas son muy grandes, se pueden fijar en las perspectivas del negocio real de las empresas que emiten esas acciones en primera instancia: las acciones de Google, de General Electric o de Boeing se compran y se venden en función de la evolución que se prevé va a tener el negocio -si se sabe que planean grandes inversiones, o se espera un anuncio de que van a repartir altos dividendos, se compra; si aparecen competidores que les quitan cuota de mercado, o si se intuye que han sufrido un traspiés en alguna inversión productiva importante, se vende-.
Pero en la bolsa de Nueva York son cerca de 3.000 las empresas industriales y de servicios cotizadas, con una capitalización superior a los 20 billones de dólares. En el caso de la mayoría de estas empresas, los fondos de inversión no se fijan necesariamente en la marcha del negocio, sino en si se pueden crear las condiciones en el mercado para poder obtener una rentabilidad financiera al margen de la situación real actual de la empresa.
Si algunos fondos financieros creen, por ejemplo, que una empresa de venta física de videojuegos con docenas de tiendas por todo el país está condenada a desaparecer ante el empuje del comercio online de estos productos, pueden crear las condiciones para que “el mercado” entienda que esto es lo que tiene que ocurrir, y mediante el procedimiento de colocar muchos contratos sucesivos de venta de acciones de la empresa con entrega diferida y precios a la baja, podrán lograr que los precios bajen realmente, y cuando haya que entregar las acciones, comprarlas tranquilamente a precios de saldo y embolsarse la diferencia con los precios pactados. Demostrando así, de paso, que el mercado nunca se equivoca.
En enero de 2021 tuvo lugar un acontecimiento extraordinario, que puso al descubierto las vergüenzas de este capitalismo financiero que dirige los destinos de Occidente. Utilizando la comunicación del sitio de noticias y enlaces Reddit, miles de personas se pusieron de acuerdo para adquirir al mismo tiempo acciones de las tiendas GameStop, con la intención de contrarrestar varias operaciones en marcha por parte de los fondos financieros orientadas a hacer bajar los precios de sus acciones. En consecuencia, unas acciones que cotizaban a 19 dólares a principios de años subieron en pocos días hasta los 483 dólares a finales de enero.
Como consecuencia, varios fondos de inversión especializados en operaciones a corto (negociar activos sin tenerlos en propiedad para adquirirlos en el momento de la entrega) que estaban pujando a la baja, tuvieron que comprar rápidamente acciones de la empresa cuya entrega tenían comprometidos con contratos previos, perdiendo por el camino grandes cantidades, en el entorno de 13 mil millones de dólares. Uno de los fondos tuvo que ser rescatado por sus propietarios con una inyección de 2.750 millones de dólares.
Al margen del resultado final del asunto -muchos pequeños inversores ganaron importantes cantidades, otros llegaron tarde y perdieron cuando los precios de las acciones comenzaron a desinflarse en febrero- lo significativo son las reacciones que toda la operación ha suscitado.
El regulador financiero del Estado de Massachussetts, William Galvin, exigió que la bolsa de Nueva York suspendiera la cotización de las acciones de GameStop durante 30 días, al grito de: “¡Esto no es invertir, esto es apostar!”. Muchos agentes de cambio y bolsa comenzaron a aumentar sus tarifas y comisiones para limitar las operaciones de los pequeños inversores. Una ola de indignación recorrió Wall Street, y se habló y se sigue hablando de la necesidad de regular el mercado para evitar que los inversores - los pequeños, claro- puedan actuar como un grupo amenazando los intereses de las instituciones “legítimas” de Wall Street.
Como señaló un exempleado de la empresa en la que trabajaba también el actual primer ministro italiano: “Si Goldman Sachs estuviera haciendo los mismo que esta gente, se lo llamaría arbitraje”.
La operación GameStop ha puesto de manifiesto como este capitalismo financiarizado es un negocio con acceso reservado para ricos; a los que no lo son, se les invita a dejar sus pequeños ahorros en manos de “los que saben”, y se les invita a esperar en la puerta del casino a que su agente les diga si han ganado o han perdido. Al mismo tiempo, se ha demostrado cómo la acción colectiva de los de fuera pueden poner al descubierto el sinsentido del negocio montado por los de dentro.
* El autor es profesor de Economía Aplicada UPV/EHU