ace de esto más de diez años. Era yo, por aquel entonces, portavoz del PNV en la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados. Una tarde, junto con los representantes en dicha Comisión del resto de los grupos parlamentarios, fui invitado a una reunión informativa por un grupo de empresas del sector armamentístico.

La reunión tuvo lugar en un Hotel de Madrid. Durante varias horas, los representantes de las empresas nos hablaron de desarrollos armamentísticos diversos de los que, a su juicio, era oportuno que los representantes políticos dispusiéramos de información, e incluso de algún criterio.

Al terminar ellos de hablar, abrieron un turno de preguntas y comentarios para quienes lo deseáramos. Yo había seguido las presentaciones con alguna curiosidad pero un tanto distraído. De modo que, puesto a preguntar, opté por hacer a todos los presentes, incluido a mí mismo, la siguiente pregunta: ¿Sabe alguien para qué guerra se está preparando el ejército español y, por lo mismo, qué tipo de armamentos debiera adquirir en tal caso?

Salí de la reunión sin aclararme. Una vez de pie, mientras tomábamos una copa, uno de los convocantes me dijo: “No te falta razón en formular esa pregunta”.

El suceso me ha venido a la memoria en repetidas ocasiones desde entonces. La última vez, hace unos dias, al escuchar al presidente Sánchez ofrecer, una vez más, el ejército. En este caso, para rastrear el virus junto al personal contratado por los servicios de salud de las CCAA.

Me ocurre lo propio cada vez que veo al presidente o ministro/a de turno ofrecer militares para esto y aquello, oficios todos “civiles” para entendernos: apagar incendios, montar carpas-hospitales, desinfectar estaciones de tren, aeropuertos o residencias de ancianos, rastrear contagiados del covid-19,... Cada vez, sin fallar a la cita una sola vez, se me asoma a la cabeza la misma pregunta que formulé, hace más de diez años, en el Hotel madrileño: ¿Para qué son las fuerzas armadas españolas?

Sigo sin respuesta.

Dos aclaraciones antes de seguir adelante: no he sido nunca de esos pacifistas que dicen que los ejércitos sobran simplemente en este mundo. Ya me gustaría. Y soy, menos todavía, de los que son capaces de compaginar sin sobresalto conceptual o vivencial alguno una rotunda declaración pacifista con la defensa de supuestos ejércitos o pseudoejércitos “bonsái” a conveniencia política de parte. Esto por un lado.

Por otro: nada tengo que objetar al hecho de que, metidos en situaciones complicadas y de encontrarse uno, por lo que sea, incapaz de hacer frente a las mismas, todo tipo de ayudas, públicas como privadas, pueden ser y son bienvenidas. Sin excluir, claro, las provenientes del orden militar. Da igual para qué. Todo menos que las desgracias y las catástrofes, sean del orden que sean, le puedan a uno. En eso soy yo el que no tengo problemas conceptuales.

Pero todo esto no cierra en mí, una y otra vez, la puerta a la pregunta en cuestión: ¿para qué guerra o tipo de actuación armada se estarán preparando las fuerzas armadas españolas con sus aviones, sus barcos, submarinos y todo el armamento del que se les dota? ¿Para qué el presidente de Gobierno de turno vaya ofreciendo a la sociedad, a la primera de cambio, algunos de los muchísimos oficios que, de seguro, existen en el seno de las fuerzas armadas? Me recuerdo, a mí mismo, hace ya muchos años, haciendo el servicio militar obligatorio en una compañía de radio y me vienen a la memoria otros, a mi alrededor, en trabajos de zapadores, de mecánicos, de chóferes, de cuidadores de mulas, y qué se yo cuantas cosas más. ¿Terminarán ofreciendo todos estos oficios?, me pregunto. ¿Serán para eso las fuerzas armadas?

A veces dudo de mí mismo: ¿será que la pregunta no tiene sentido?

Ahora bien: cuanto más reflexiono, más me reafirmo en la necesidad de seguir formulando la pregunta. Para empezar, porque toda sociedad que deposita, año tras año, miles de millones de euros en un Ministerio de Defensa -más de 9.000 este año 2020- está obligada a formularla y a responder. Por incómodo que resulte. Y por difícil que sea responderla.

Es cierto que la pregunta del destino que se da a los dineros de todos debe extenderse al conjunto de las políticas. No sólo a la militar. Pero hay también en las políticas y, sobre todo, en los discursos políticos que se escuchan en el Estado sobre el papel de las fuerzas armadas, razones que subrayan especialmente la necesidad de formularnos la pregunta del para qué.

Me atrevo a destacar tres, al menos, además del ya citado del importante monto presupuestario anual dedicado (también por los vascos) a ellas.

Para empezar, porque me imagino que este tipo de colaboración-intervención de las fuerzas armadas en ámbitos de trabajo civiles, debe plantear más de un problema práctico a la hora de coordinar las estructuras y funcionamientos jerárquicos militares con los civiles, tan distintos. Se trata de problemas que pueden solventarse evidentemente. Pero alguien debiera explicar la necesidad de crearlos, sobre todo con la facilidad y despreocupación, al menos aparente, con las que se crean hoy desde la política al echar mano de ese tipo de actuaciones. Máxime, cuando, además, se trata a menudo de problemas perfectamente gestionables desde el orden civil, a poco que se hagan debidamente y a tiempo las cosas.

Una segunda razón es de carácter más “conceptual o ideológico”. Me pregunto: ¿cómo es esto de que toda externalización, inclusive parcial y de un contenido más bien accidental de un servicio público, hacia el ámbito privado sea objeto de todo tipo de críticas, y si se externalizan servicios hacia el orden militar, nadie objeta, e incluso hay quien pretende que se aplauda ardorosamente?

Mis mayores objeciones y razones para seguir formulándome la pregunta citada son, en todo caso, de otra índole. No acabo de entender cómo se compadecen declaraciones grandilocuentes, además de altamente cuestionables, como la que figura en el artículo 8.1 de la Constitución, según la cual se encomiendan a las Fuerzas Armadas misiones tales como las de “garantizar la soberanía e independencia de España”, e incluso, la “la defensa de su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”, para lo que es de suponer se les entregan armas, aviones, barcos y demás armamentos, y el hecho, más bien prosaico, de dedicarles hoy a apagar incendios, ayer a desinfectar locales y edificios, mañana a rastrear contagiados del covid-19, y vaya Ud. a saber qué pasado mañana. ¿Qué tiene que ver lo de “armadas” y sus supuestas excelsas misiones constitucionales con todos estos trabajos y oficios?

Algún día debieran tomarse en serio las cosas, las teóricas y las prácticas, también en el orden político-militar. Y formular cuantas preguntas correspondan: entre ellas si, situados en un marco europeo, esto de los ejércitos nacionales, el español entre ellos, tiene más o menos sentido que el que tuvo la peseta antes de que fuera sustituida por el euro. Y en caso de darle algún sentido si no es hora de revisar a fondo el artículo constitucional citado.

Es cuestión, en el fondo, de democracia. De una democracia que, como afirma Daniel Innenarity (Una teoría de la democracia compleja: gobernar en el siglo XXI, 2020), está perentoriamente necesitada de adecuarse a un mundo que no es el que era, diga lo que diga esta o aquella Constitución. Va en ello la calidad de la misma.

Es en busca de esa calidad democrática que deberíamos seguir formulando, una y otra vez, cada vez que se presente la ocasión, la pregunta del para qué de las fuerzas armadas españolas. Sin grandes esperanzas, eso sí, hoy por hoy, de recibir una respuesta democrática seria, cabal y sensata. Algún día, quizás.