La tragedia vivida el martes en la ciudad italiana de Génova, donde fallecieron varias decenas de personas al caer parte de un viaducto en una autovía, pone sobre la mesa varias incógnitas y algunas certezas sobre la concepción, ejecución y gestión de las infraestructuras viarias en aquel país, que deben servir también para una reflexión en otros lugares donde puedan estar desarrollándose similares dinámicas y cometiéndose los mismos presuntos errores. De entrada, hay que resaltar que todo el mundo coincide, desde los técnicos a los políticos y a los gestores de las empresas del sector, en que un episodio de este tipo no obedece a la casualidad ni al infortunio por azar. Expertos han apuntado a que este tipo de accidentes no pasan de un día para otro en una infraestructura vial que cumpla con todas las exigencias y controles. El viaducto que colapsó en Génova había sido objeto de críticas por parte de especialistas y, según recogen los medios de comunicación italianos, había incluso una especie de leyenda negra popular sobre los altibajos que padecía este tramo de la autovía. Las grandes infraestructuras requieren de multimillonarias inversiones para su construcción, pero no se acaba ahí la necesidad de una inversión presupuestaria suficiente porque su mantenimiento es constante. Se podría decir que se trata de seres vivos que precisan de una constante manutención y cuidado de su salud para que puedan seguir sirviendo a los ciudadanos con garantías. El peligro está en la búsqueda de una rentabilidad rápida por parte de instituciones o concesionarias, con ajustes en las partidas destinadas al mantenimiento que llevan a la anemia de las infraestructuras y a su posible colapso, arrastrando con ella la vida de personas como por desgracia ha ocurrido en este caso. En esa llaga está poniendo el dedo el Gobierno italiano y la Fiscalía de aquel país, que apuntan a la empresa explotadora de la autopista. Esta, sin embargo, asegura que el viaducto estaba sometido a controles periódicos, sujetos a la normativa del país. A todas luces, sean por los unos (los controles) o por la otra (la normativa), algo ha fallado en el caso de Génova, y son ya cinco los puentes caídos en diversas regiones del país en los últimos cinco años. Nadie está libre de accidentes, pero seguimientos rigurosos y minuciosos de las infraestructuras son el mejor y el único camino para evitar este tipo de desgracias.