Hay gestos de fuerza que acaban denotando debilidad. En el capítulo 3.278.587 de esta Dinastía estatalsoberanistajacobinoautonómicoindependen-tistaplurinacionalbarrioconflictivo en el que andamos embarcados, me imaginé a Mariano Rajoy frotándose las manos en Moncloa el lunes por la noche, tras conocer el cese fulminante del conseller Jordi Baiget por Carles Puigdemont. Y no es que el sacrificio sea un triunfo del dontancredismo de manual de Rajoy. Pero si las dudas expresadas por Baiget sobre la viabilidad del referéndum unilateral del 1 de octubre evidenciaban eso, dudas, su destitución inmediata tras exigir la CUP su cabeza mientras la coordinadora del PDECat le defendía revela que esas dudas van mucho más allá de Baiget y que probablemente son más profundas, y en ello coincidía ayer buena parte de la prensa catalana. El recurso a la purga en política suele tener mucho de ejemplificador, de aviso a navegantes. El mensaje parece claro: el que se mueva no sale en la foto, como dijo quien -cosas de las vida y la política- acuñó también aquello del cepillado del Estatut. Pero la duda ahora es hasta dónde llegan esas incertidumbres expresadas por Baiget, si aflorarán, si se traducirán en dimisiones o hasta dónde estará dispuesto Puigdemont a llegar con otros eventuales ceses fulminantes.
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