los 27 que quedan sacan pecho y anuncian a bombo y platillo en Roma la renovación de su compromiso con la Unión Europea sesenta años después. Se ha marchado Gran Bretaña y hay muchos recelos en otros países sobre el proyecto común. Y no me extraña, la verdad. A pesar de los apocalípticos augurios que algunos, sobre todo economistas y bancos, vierten sobre nuestras conciencias cada vez que dudamos de las bondades de la alianza, el escepticismo crece. Porque los ricos abusan de los pobres, porque el humanismo en el que se basó la Comunidad Europea hace tiempo que pasó a mejor vida, porque ya no es la Europa de las personas sino del dinero, porque todo se arregla con recortes y abusos, porque los pobres sobran y que se jodan, porque hemos convertido el Mediterráneo en los hornos crematorios de Hitler, porque los refugiados deben aprender del judío Solomon Perel y disimular sus orígenes para sobrevivir... Seis décadas después, los dirigentes europeos empiezan a ver las orejas al lobo y su chiringuito en peligro. Viven de susto en susto primero con Inglaterra, después con Holanda, enseguida con Francia. Ahora empiezan a hablar de varias velocidades para no dejar a nadie atrás. Quizá sea demasiado tarde para convencernos de nuevo.