La investidura de Mariano Rajoy colocó ayer al líder del PP al frente del Gobierno tras meses de insólito bloqueo político, pero no fue el final ni el principio de nada. En todo caso, el arranque de una legislatura complicada para los distintos protagonistas y siglas en todos los niveles institucionales. Lo que en otros países con mayor tradición democrática se habría saldado con un ejercicio de pacto entre diferentes, ha desembocado en el Estado español en una especie de circo en el que no gana quien lo hace bien sino el que lo hace menos mal que sus rivales. Se abre un ciclo político de perdedores. Una etapa con las luces cortas en todos los frentes. A Rajoy le ha salido bien su táctica marmórea de dejar que los demás se fueran cociendo en sus contradicciones para hacer valer su minoría mayoritaria con una insólita abstención socialista. Pero su imposibilidad para buscar apoyos a largo plazo (aunque no es descartable que una gran coalición en la sombra empiece a sustituir a la alternancia bipartidista de otros tiempos) le auguran un mandato con tropiezos parlamentarios y presionado por la resaca de corrupción que asola a su partido, un PP que no aprovecha la legislatura para preparar un relevo claro a no ser que surja Núñez Feijo. Rajoy, de alguna manera, ha forzado una prórroga a su reinado. Lo que sí ha conseguido es neutralizar y desinflar ha sido el globo naranja de Ciudadanos que ya no les amenaza por el flanco derecho. Albert Rivera empezó jugando en el centro de las cámaras y ahora ha sido relegado a su escaño parlamentario atado a su apoyo en la investidura al PP, lo que resta credibilidad a sus aires de renovación. Como escasa credibilidad puede tener el PSOE en una supuesta oposición exigente después de haber posibilitado la presidencia de Rajoy tras un rocambolesco debate interno que ha dejado el partido roto y desecho -la desafección catalana puede ser la puntilla para quien aspira a ser una alternativa estatal- con la incógnita de si otro perdedor, Pedro Sánchez, logra un efecto de refundación en el Congreso. Mientras tanto, los socialistas han regalado el liderazgo de la oposición a Podemos, otra formación que había salido tocada de la repetición electoral y que tiene su propia reflexión interna pendiente. Finalmente, que siga un PP centralizador en Madrid complica de paso el día a día de los gobiernos vasco y navarro y añade más leña al fuego catalán que suena a Brexit.
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