fue un debate intenso y apasionante, en la medida en que este adjetivo pueda aún aplicarse a la política, que quizás sí. No sólo por la confrontación sobre cuestiones políticas y sociales de calado, sino también por todo eso que George Lakoff llama marcos comunicativos, por la telegenia y la escenografía, las palabras o la retórica, los atributos, gestos o el lenguaje no verbal, por todo aquello que contribuye a transmitir emociones, que en definitiva también se trata de eso, o quizás sólo se trate de eso. Pero era septiembre de 1960 y desde entonces no sé si habrá habido dos o tres disputas de tanta carga. Aquel mítico primer debate televisivo de la historia entre Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy en la campaña electoral para suceder al héroe de guerra Dwight Ike Eisenhower era casi épico. Por eso, esa especie de pantomimas a las que nos están acostumbrando Pedro Sánchez, Albert Rivera o Pablo Iglesias se parecen demasiado a una caricatura. Ya sé que los tiempos cambian y todo eso, pero no me negarán que no es lo mismo discutir con carisma y arte sobre la carrera espacial o la segregación racial que acartonarse en un atril con eslóganes más o menos ocurrentes recitados de carrerilla y dedicarse a hacer tonterías por los platós de televisión.