Los responsables de las grandes compañías aéreas se están frotando las manos ante la perspectiva de negocio que se les puede abrir en este nuestro rincón de Europa, donde las comisiones de investigación no sirven para nada, donde nadie dimite aunque el fango les llegue hasta la barbilla a los involucrados en casos de corrupción (pueden respirar, y mientras se pueda respirar el cargo no se abandona: ¡cobarde el primero!), pero también donde hay un aeropuerto llamado Foronda, con pista de aterrizaje y despegue bien grandota, casi como las de Nueva York. Sueñan con que el ruido de fondo que ha vuelto a los diarios, un soniquete que se repite desde hace algunos meses y que con los días se diluye en el viento, se convierta en algo, lo que sea, y Foronda no sólo vuelva a abrir las 24 horas, sino muchas más. Sueñan ellos, los gerifaltes de las compañías aéreas, con poder conectar por fin, ya era hora, Lincoln con Gasteiz, y hasta Omaha si fuera posible, aunque sólo pueda ser un día a la semana, para dar servicio así a todos los ciudadanos vascos que sueñan con visitar Nebraska y hoy guardan cola en otros aeropuertos, y también a esos miles de estadounidenses que aún no se han enterado de que Vitoria es la capital gastronómica de... ¿de dónde?