Hace pocas fechas tuvo lugar la presentación del libro Los ojos del otro. Encuentros restaurativos entre víctimas y ex miembros de ETA, organizada por la Universidad de Deusto de los jesuitas, titulares también de la editorial Sal Terrae que lo publica. Pero lo que ahora quiero destacar no es el libro, muy interesante por los testimonios, las experiencias o las dificultades que ocurrieron en torno a mediadores, víctimas y quienes les victimaron. Lo que traigo a los lectores es el fondo de dichos encuentros restaurativos, reconciliadores, al calor de algunas cosas que escuché en dicha presentación.
Allí se escuchó qué es lo que hay que hacer tras el discernimiento de lo que no debe hacerse, una vez que el pasado es inamovible pero sí que es posible cauterizarlo para no seguir sufriendo. Cómo desde la asimetría moral -no es la misma posición de partida- cabe un proceso para transformar la vivencia de la víctima y su agresor, en el que aquella ofrece una ayuda a quien más la necesita para transformarse ambos en torno a algo reconfortante para los dos. Al final, se logra una justicia restaurativa mucho más integral y completa que la mera justicia retributiva. Por su parte, el victimario tiene por delante un proceso de revolución interior, traumático, en el que pasa de ser un héroe a reconocerse culpable y demandante de perdón. Su deseo de reparación es público y deja el protagonismo a la víctima. Esta es su grandeza, pues se arriesga, además, a la pérdida de reconocimiento social en forma de exclusión por su entorno cercano.
De hecho, estos encuentros nacieron de la voluntad de este grupo de presos que necesitaban humanizarse y desprenderse de su remordimiento porque sienten una deuda enorme con las víctimas y porque ellos tomaron la opción de luchar contra el odio. Han querido experimentar el perdón en su doble faceta de pedirlo y recibirlo de la víctima, quien a su vez hace un enorme esfuerzo hasta encontrarse con la ansiada paz y la calma de espíritu. De estas cosas se hablaron en Deusto, y del valor social revolucionario en su mejor acepción de transformador que tendría si muchos otros presos de ETA diesen este paso con sus víctimas.
Nos queda mucho camino a todos. Se está consiguiendo publicitar estas maravillosas experiencias, las más extraordinarias ocurridas desde la imperfecta transición hasta el momento presente. Y mira que han ocurrido cosas extraordinarias desde entonces. Y entre esas cosas que faltan, tengo que denunciar la prohibición de participar a Luis Carrasco, asesino del marido de Maixabel Lasa, como uno de los ponentes de este evento. Semejante torpeza, por no decir maldad judicial, que es lo que fue, no impidió que su testimonio fuese escuchado en la sala en boca de otras personas. Y no es el primer caso.
La conclusión es bien clara: mientras unos tratan por todos los medios de impedir que un asesino pueda reinsertarse brillantemente a la sociedad (con humildad, sinceridad y arrepentimiento), aportando algo tan difícil como es el perdón con su víctima, otros luchan denodadamente por aplastar cualquier atisbo de humanidad para que el escenario después de ETA sea de triunfo y derrota de unos que odian sobre otros que odian de igual manera, impidiendo cualquier atisbo de reconciliación.
Al salir de la presentación, dos reflexiones me vinieron a la cabeza. La primera, que debemos exigir más testimonios de los presos de la vía Nanclares, de los familiares de Glencree ¡o de los GAL! La segunda, que los buenos oficiales pueden ser los peores malos, convenientemente disfrazados tras varias pieles de cordero, mientras que los malos oficiales son los que van a darnos la lección de nuestra vida. Y todo esto me recordó mucho al mensaje evangélico: ay de vosotros, hipócritas.