los artistas y los periodistas tenemos, evidentemente, muchas diferencias. Los primeros se dedican a la cultura mayor -por llamarlo de alguna manera- y la canallesca nos ganamos la vida como mudanales juntapalabras. También, que nosotros guardamos distancias con las rarezas del artisteo, mientras ellos nos desdeñan por considerarnos como demasiado prosaicos para la miel de su cultura sublime. Pero tenemos a su vez mucho en común, como esa santa e incómoda manía de cuestionarnos las verdades irrefutables, de buscarle la vuelta a todo y, sobre todo, de hacer preguntas. Quizás por eso -por preguntar tanto y no tener respuestas- la cultura y el periodismo estemos viviendo una crisis sin precedentes, y no sólo la bendita crisis económica que nos estrangula, sino también una crisis existencial sobre nuestros respectivos modelos de negocio, a raíz del desplome de los ingresos publicitarios o de los patrocinios -fuente común de financiación- así como de la tiranía de los presupuestos oficiales, en el caso de los centros culturales públicos. La cultura y el periodismo nunca han entendido de tablas Excel y llevamos las de perder. Y a todo ello se suma el impacto de las nuevas tecnologías, aunque eso no deja de ser una mera herramienta o soporte. El oficio de contar las cosas -como plumillas o artistillas- no depende de si se hace desde un iPad o por tam-tam. "Los ordenadores son inútiles, sólo pueden darte respuestas", decía Picasso. Y espero que artistas y periodistas, si sobrevivimos, no dejemos de hacer las preguntas.