Este neurótico opositor no ha encontrado un sentido a su vida y desde que él nació sus padres también tratan inútilmente de hallar un pretexto a su certificado de nacimiento. 

El diálogo razonado es, según los psicólogos, el factor más estrechamente relacionado con la felicidad de la pareja. Más importante que la frecuencia de coitos o el nivel de impuestos a pagar. Y lo mismo puede decirse respecto a la armonía en las relaciones interpersonales en general. Pero el Opositor Compulsivo es un peligro social para la convivencia. Al no soportar la razón de su interlocutor –no importa cuál sea ésta–, siempre busca (y encuentra) argumentos para rebatirla. Al fin y al cabo, piensa él, la razón es como una olla de dos asas: ¡se le puede agarrar por la derecha o por la izquierda!

Qué hacer con un opositor compulsivo

Si alguien te ha dicho que le resulta difícil entenderse contigo o intuyes que es un discutidor que solo trata de llevarte la contraria, la primera y más sencilla opción es salir corriendo. No hace falta que sea por la puerta de Emergencia. Simplemente, dile que tienes cosas más importantes que hacer y no te irrites. Tampoco te salgas por la tangente sacando a colación las veces que en el pasado esa persona te decepcionó. ¡Ni mucho menos le desveles las veces en que le has sorprendido hurgándose la nariz con los dedos! No le concedas otra oportunidad para hablar contigo. Evítalo antes de que te estrese, te aburra, o lo que es peor, te humille o te llegue a enojar. No entres en su juego. No permitas que te haga dudar de ti ni que te haga sentir como un idiota. Y recuerda el sabio consejo de Baltasar Gracián: “No tomes el lado equivocado de una discusión solo porque tu oponente ha tomado el lado correcto”. 

A los Opositores Compulsivos les gusta reafirmarse a sí mismos, y para ellos la obligación de discrepar es, precisamente, otra forma de relacionarse con la gente. Aunque esta actitud parezca tan lógica como sustituir el papel higiénico por un erizo, oponerse sistemáticamente a la opinión de los demás es una manera de asegurarse que no llegarán a ningún acuerdo. De hecho, cuando el Opositor Compulsivo llega tarde a una reunión, lo primero que pregunta en forma de saludo es: ¿De qué se habla?, que me opongo. Nada tan incómodo para el que lleva sistemáticamente la contraria a todos como entenderse: ¡después, ya no tiene uno nada que decirse!

Abogados del diablo

Por tanto, es absolutamente infructuoso discutir con un Opositor Compulsivo. Sus razonamientos los basa, por lo general, en información manipulada, exagerada o errónea. Pero cuando ya resulta completamente inútil discutir con él es cuando emplea el ardid, ese artificio usado hábil y mañosamente para intentar destruir la coherencia del discurso de su interlocutor. Ahí es cuando su víctima siente la terrible paradoja del arquitecto: para construir una casa se necesita estudiar cinco años en la universidad, ¡para destruirla solo hace falta un martillo!

Porque una de las reglas básicas del contrariador consiste en arrastrar al adversario, mediante ardides, a otro asunto, marginal o ajeno, que él introduce descarada o subrepticiamente en la discusión. Así, en sus razonamientos, el Opositor Compulsivo no solo se va por las ramas, sino que, como cualquier simio, cambia de árbol sin pensárselo dos veces. Con ello oscurece la discusión, y ante cualquier intento de la otra parte por aclararla, desvirtúa nuevamente los datos con objeto de aplastar y confundir al otro con su demagógica dialéctica. ¡Tiene la misma lógica como el que provoca un incendio porque los árboles no le dejan ver el bosque!

No es de extrañar que el lenguaje que usa este dañino ejemplar de la conversación sea incluso absurdo. A veces llega a defender incongruencias y paradojas de tal calibre como que “una tarta se puede dividir en cuatro mitades” o que “la inspiración es 90% de trabajo y 40% de reflexión”. 

O, si tú le dices que ante un determinado conflicto social el político tal “calla”, él le replicará que lo que hace es “no dar la cara”; pero si el político “da la cara”, él argumentará que lo que aquél busca es “protagonismo”. O, también, otros ejemplos más simples: Sí tú dices “me costó mucho hacer eso, es bastante complicado”, el opositor responderá: “No creo, es bastante fácil hacerlo”. La respuesta supone un ataque a tu falta de inteligencia. 

¿Por qué actúan así?

Cuando este tipo de contrariador se opone por sistema a todo, es, básicamente, una desmesura que implica tener un orgullo en sí mismo muy exagerado. Otros lo hacen solo por fastidiar a los demás, hacerlos sentir mal, humillarlos una y otra vez, repitiéndoles que su opinión es completamente equivocada. A veces, muy excepcionalmente, no es una conducta mal intencionada, sino que nace de los siguientes conflictos personales:

* Miedo a no ser nadie, dentro de su círculo social, si no destaca en algo.

* Necesidad de reconocimiento o autoafirmación a costa de los demás.

* Baja autoestima: los opositores compulsivos llevan la contraria a todo y a todos porque les fascina discutir y hasta les resulta estimulante. Llevar la contraria es para ellos como una competición de la que tratan de salir victoriosos, dejando a su interlocutor sin argumentos o haciéndole cambiar de opinión y así sentirse ellos superiores. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se trata de personas con una baja autoestima, que tratan de compensarla creciéndose derrotando a los demás.

* Sesgo cognitivo o selectivo: los que llevan sistemáticamente la contraria a los demás tienen la tendencia a buscar información de forma que confirme algo que ya han decidido previamente o que favorece sus creencias. O que dirigen su atención a algo específico solo en función de sus expectativas opositoras, es decir, por el simple hecho de oponerse.  

O sencillamente, te están llamando sutilmente idiota. Cuando el ardid reemplaza al argumento, lo mejor es alejarse de este discutidor por antonomasia. ¡Conversar con una máquina expendedora de tabaco o de gasolina puede ser mucho más enriquecedor!

Los opositores compulsivos toman el punto de vista contrario del otro (sobre cualquier materia) como una táctica para que la discusión fluctúe a su estilo y favor. Por una parte, creen que si no se oponen al punto de vista de su interlocutor no hay nada de qué hablar. Y por otro, tienen la impresión de que si no llevan la contraria parecerán, a los ojos de los demás, menos inteligentes o que carecen de criterio propio. Los Opositores Compulsivos son gente insegura y con un complejo de inferioridad ante el que han elegido una táctica inapropiada para superarlo. Tan ineficaz como esos que ocultan el mismo complejo... ¡gastando más dinero del que ganan, para comprar cosas que no necesitan, para así impresionar a gente que no les gusta!