Moscú - El Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB) se ha convertido en “el principal actor político” en Rusia, algo que puede volverse en contra del Kremlin, opina Lev Ponomariov, el veterano defensor de los derechos humanos tras salir de la cárcel. “El presidente, Vladímir Putin, le ha dado libertad de acción al FSB para hacer frente a la oposición. Putin considera que así conservará el poder. Cree que conseguirá aplastar a la oposición y acallar al pueblo durante largo tiempo”, dice Ponomariov a Efe en una entrevista en la oficina del movimiento Por los Derechos Humanos.

Ponomariov, de 77 años, cree que esa es “una línea peligrosa” para el Kremlin, ya que ya son dos las generaciones de rusos que han nacido después de la URSS y cada vez les interesa más la política y están mejor informados. Teme una “guerra civil” si el FSB sigue teniendo carta blanca para torturar y reprimir utilizando los mismo métodos que los órganos de seguridad del Estado soviético durante las purgas estalinistas. Precisamente, por enfrentarse al FSB al convocar una protesta no autorizada frente a la histórica sede del antiguo KGB en el corazón de Moscú fue condenado a más de dos semanas de arresto.

“Ahora mismo hay una guerra abierta entre el FSB y los activistas de derechos humanos”, apunta el activista que acusa al FSB de torturar con descargas eléctricas a los jóvenes implicados en dos casos de extremismo que él considera fabricados. De hecho, el Kremlin se ha negado este año a conceder la beca presidencial a Por los derechos humanos, lo que ha obligado a su director a buscar urgentemente financiación para evitar la desaparición de la organización.

Ponomariov asegura que él y otros activistas se han dirigido en una carta abierta a Putin para que solucione el dilema: o el FSB es el servicio de seguridad de un país democrático o el de un país totalitario que se guía por los mismos principios que el KGB. En su opinión, a Putin le es “indiferente” el respeto a las libertades fundamentales y como ejemplo pone el “régimen totalitario” de Chechenia, aunque la Constitución le obliga a ser garante de los derechos humanos. “Sólo por eso merece una impugnación, pero no tiene sentido convocarla, ya que Putin es popular entre los rusos. Sería suficiente con que hubiera elecciones democráticas y la oposición acceda al Parlamento”, explica.

Con todo, no cree que Rusia se haya convertido ya en un país “totalitario” como Corea del Norte, sino más bien una “autocracia latinoamericana” -eso sí con armas nucleares y “muy peligrosa” para el mundo-, ya que él aún tiene formas de influir en la vida de las personas, por lo que aboga por no cerrar todas las vías de diálogo con el poder.

El arresto le impidió acudir al entierro de Ludmila Alexéyeva, la matriarca del activismo ruso y con la que colaboró codo con codo durante 25 años. “No podían permitir que Putin y yo saliéramos en la misma foto de la capilla ardiente de Alexéyeva. Hubiera sido inmediatamente un meme”, explica. Aunque la persona que más influyó en su vida fue Andréi Sájarov, premio Nobel de la Paz en 1975 y padre de la bomba de hidrógeno, al que conoció cuando éste abandonó su encierro en Gorki en 1986.

Físico de profesión igual que Sájarov, le pidió su apoyo a la fundación de Memorial, la más prestigiosa organización de derechos humanos de la Rusia postsoviética. “Su mujer, Elena Bonner, me dijo que hay que esperar, ya que le habían prometido a (el líder soviético, Mijaíl) Gorbachov que no se meterían en política durante algún tiempo. Más tarde sí nos apoyó”, rememora. Desde entonces hasta su muerte colaboró estrechamente con Sájarov, fue su apoderado en las elecciones legislativas de 1989, e incluso le propuso fundar un partido político y convertirse en presidente. “Pero él se reía. Decía que no tenía nada que aportar, aunque sus intervenciones en el Parlamento eran brillantes. Era mejor político que Yeltsin. Si hubiera tenido diez años menos, podía haber encabezado la transición y las reformas”, asegura.

Ponomariov cree que desde la “revolución” que condujo a la caída de la URSS, en la que el país dio “un gran salto adelante” y se convirtió en un “país democrático”, Rusia ha vivido una “involución”, pero no cree que sea algo irreversible. “Es una cuestión de ciclos. Dimos dos pasos adelante y ahora con Putin estamos dando un paso atrás. Pero tarde o temprano seremos parte de la familia de democracias europeas. Sólo espero que ocurra sin cataclismos”, prevé. Sea como sea, él no desiste en ayudar a los demás y ahora está intentando defender a dos chechenos y a un ciudadano turco con los que compartió celda.