el Salvador recupera el grito contra la impunidad y la pobreza de Monseñor Romero en el 35 aniversario de su asesinato y, de forma especial, este año al anunciar el Papa Francisco que será subido a los altares como mártir el próximo 23 de mayo. Un reconocimiento que llega con otros 35 años de retraso para un pueblo que lo rebautizó como “San Romero de América” el mismo año de su muerte y para un país que recupera los niveles de violencia e impunidad previos a la guerra civil con más de 4.000 asesinatos en 2014, un 57% más que en 2013. DNA acude a San Salvador para captar el sentir de una población que se agarra de nuevo a los mensajes de Monseñor Romero para poner fin a la criminalidad.

En los bajos de la catedral de San Salvador, Antonio Rodríguez lleva 15 años pasando un paño húmedo por la tumba de Monseñor Romero todas las mañanas. La tumba ha tenido más de cuatro localizaciones en la catedral, en todas ellas Rodríguez se ha encargado de que “no le faltara dignidad”. Tiene más de 70 años, una mujer enferma y dos nietos huérfanos a su cargo de 13 y 5 años. “Vengo para pedirle que siga cuidando a los pobres”. También le pide que consiga pronto recuperar su puesto de venta de periódicos, de lo contrario no tendrá qué ofrecer a su familia. Tampoco lo tiene el 34% de la población que vive por debajo del umbral de la pobreza, según la ONU.

Monseñor Romero tuvo predilección por los pobres lo que le llevó a la muerte el 24 de marzo de 1980 a las 11.00 horas de la mañana, mientras celebraba misa en la iglesia del Hospital de enfermos terminales en el que vivía. Un francotirador entró a la iglesia, le disparó en el pecho y escapó. Ese mismo año El Salvador entró en una guerra civil que duraría los siguientes 12 años hasta causar 75.000 muertes y medio millón de desplazados.

Según la Comisión de la Verdad, impulsada por la ONU tras los Acuerdos de Paz en 1992, el autor intelectual del asesinato fue el mayor Roberto D’Aubuisson Arrieta, fundador del partido ARENA. Esta formación gobernaría el país durante los siguientes dos décadas. Una ley de amnistía firmada en 1993 impidió investigar cualquier crimen: el de Romero y también el de Ignacio Ellacuría del que este año se conmemora el 25 aniversario de su asesinato junto a otros cinco jesuitas y dos mujeres que les acompañaban.

“Monseñor está mucho más presente de lo que a los poderosos les gustaría. A mí me regaló mi casa”. Por esa casa, Roxana H. acude ahora a rezar a Romero para que las pandillas no se la queden. “Toda la vida luchando por sacar adelante a mi hijo y me sucede esto: qué injusticia”, solloza mientras se lleva una mano a la cara. Las pandillas han pasado de ser un problema zonal a un problema nacional, sitiando la vida de las personas que viven en los barrios que dominan. Se calculan que son más de 60.000 jóvenes activos dispuestos a extorsionar sin límites para mantener su control.

Por la presencia de las pandillas, Alexander N. Tuvo que abandonar la capital. Hoy no visitará la catedral aunque una imagen le acompaña en su nueva casa en la región cafetalera de Usulután. Abandonó hasta su puesto de trabajo para proteger a la familia y ahora rehace su vida con el apoyo de la ONGD vasca Solidaridad Internacional que durante los últimos cuatro años ha fortalecido 49 asociaciones campesinas para que busquen juntos alternativas a su pobreza. Otra forma de actualizar el mensaje de Monseñor Romero con formación, seguimiento y apoyo a los campesinos más olvidados del país.

Alex T. de 25 años consiguió esquivar a las pandillas a pesar de dedicarse a la venta de ropa en las calles del centro de la capital desde los seis años. Ahora compagina los estudios por la noche con diferentes trabajos durante el día. Y también visita hoy la tumba de Romero para “sentir paz”. Aunque se considera ateo, “una persona que dejó lo más alto para caminar con los más pobres, merece todo el respeto”. Y por eso, acude hoy a la catedral para sentir esa fuerza antes de acudir a la reunión con un nuevo cliente: “Ayudo a una joven con los trámites para dar su hijo en adopción. Quiere para el pequeño un futuro mejor que el de este país”.

Bastan unas horas en la Catedral junto a la tumba de Romero para comprender lo que supuso en el país el apoyo que brindó a las clases más pobres y que tanto molestó a los responsables del Ejército y del Gobierno. El Papa Francisco desbloquea ahora su beatificación y reconoce lo que todo un pueblo ya sabía: que su asesinato fue “por odio a la fe”.

Antes la Iglesia anglicana ya lo había incorporado en su santoral y lo reconoció como uno los diez mártires del siglo XX colocando una estatua en la Abadía de Wastminster. El Parlamento Británico lo nominó al Premio Nobel de la Paz todavía en vida en 1979. Y sobre todo, el pueblo salvadoreño que sabe que tiene en su mensaje la única alternativa a los círculos de pobreza, violencia e impunidad que les golpea de firma cíclica: romper de una vez con las diferencias sociales en el país.