Lo sé, me repito como el ajo. Pero me tendrán que perdonar. Llegados a estas alturas del año, este que escribe y suscribe esta breve reseña está a un paso del colapso. Serán los años o el hartazgo ante las mil y una situaciones que uno se encuentra en el camino aún sin pretenderlo, pero el caso es que la sesera ya no da más de sí. Y esto, no es metafórico. Les decía que me repito como el ajo, porque vuelvo a basar estas líneas en mis neuras navideñas. Hace unas horas trasladaba a los lectores la complejidad que supone para una familia estándar estas fechas en las que hay que estar felices por imposición social. Ese estado de histeria colectiva, aderezada por todo tipo de atavíos de Papá Noel, se puede medir con exactitud matemática en euros contantes y sonantes, que son los que ya no están en las carteras y monederos del personal para hacer frente a todas las necesidades. Todo sea por contentar a Santa y a Sus Majestades, los Reyes Magos. Las apreturas ya llegarán cuando acabe enero y el salario solo haya llegado hasta el día 15. En cualquier caso, hay ocasiones en las que lo económico ha de quedar relegado a un segundo término y dar rienda suelta a los buenos sentimientos, incluso con aquellos a los que ni saludan cuando se les habla. En fin, espero que la vorágine navideña les pille confesados.
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