Hubo foto. Entrañable por otro lado, aunque el viejillo en cuestión no fue consciente del error que supuso enseñar en la pantalla del móvil la bella estampa. Él llevando a los nietos al cole, disfrazados estos de bruja y zombie, respectivamente. Claro, en nuestro amado templo del cortado mañanero el cachondeo estuvo servido, empezando por las acusaciones hacia el orgulloso aitite de venderse al consumismo, a los yanquis, a la tele y al cine, y al emporio mundial de disfraces de calabaza y derivados. También es cierto que el abuelo se lo pasó todo por la entrepierna, orgulloso como estaba de la instantánea. Por lo menos este año, llegados a este punto del calendario, la presión de grupo ejercida por la clientela habitual ha conseguido que nuestro querido escanciador de café y otras sustancias impida al becario –o sea, su hijo– ponernos telarañas y otros aditamentos por el local. En venganza, eso sí, el otro le debió tener a la clientela toda la mañana del martes con la fiestuki monárquica en la pantalla, a lo que alguno de los veteranos respondió preguntando si aquello también era alguna cosa del jalogüín ese. El dueño del local argumentó que algo de la noche de los muertos vivientes sí que tenía la cosa, aunque pagada por el común de los mortales.
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