Escribo estas líneas antes del partido ante el Alba, sin importar su papel de ayer en una nueva jornada de Euroliga. Para hablar de la etapa de Steven Enoch como baskonista, ya no es cuestión de ir al detalle y ponderar una puntual buena o mala actuación. Durante sus casi dos años en Vitoria no ha cubierto ni de lejos las expectativas que había depositadas en él. Posiblemente ya sea tarde para esperarle y en unos meses emigrará a algún otro lugar porque presentarle una oferta de renovación no parece estar entre las prioridades de las altas esferas. Será una pena que el pívot nacionalizado armenio termine pasando con más pena que gloria por el Buesa Arena y no aproveche la pintiparada oportunidad que el Baskonia le ha concedido para hacerse de oro. El club vitoriano tiene un imán para forjar estrellas y ha hecho millonarios a decenas de jugadores. Claro que para ello el implicado tiene que poner de su parte, básicamente trabajo, esfuerzo, sacrificio y pasión por su profesión. A Enoch le sobra el talento, tiene un tamaño descomunal y, por ejemplo, un uso de la mano izquierda cuando recibe en el poste bajo que para sí lo quisiera cualquier pívot del Viejo Continente. Sin embargo, creo que le falta lo más importante: hambre para comerse el mundo. Algo de lo que ya va sobrado el guerrero Kotsar.
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