Ahora o nunca. Es la semana de la Copa del Rey y un indudable cosquilleo nos empieza a invadir a todos los que sufrimos con las alegrías y decepciones del Baskonia. Para ser sinceros, en Badalona emerge una pintiparada ocasión para alcanzar, mucho tiempo después, una nueva final del que durante anteriores décadas fue el torneo fetiche del club. Desde 2009, la silueta azulgrana no aparece en el partido que decide el título y ya es hora de revertir los fatídicos desenlaces de ediciones precedentes. Con permiso del Joventut en cuartos de final y de cualquiera de los dos equipos canarios en una hipotética semifinal, el objetivo mínimo es llegar vivo a la jornada del domingo. Levantar o no luego la Copa ya será harina de otro costado ante Real Madrid o Barcelona, más viniendo de dos esfuerzos y sin jornada de descanso. Creo que en esta ocasión hay que ser exigentes con el Baskonia, que ha demostrado sus credenciales a lo largo de la temporada y en condiciones normales es superior a los tres rivales que circulan por el mismo lado del cuadro. Eso sí, me preocupa esa espalda de Howard o el dubitativo estado de forma de jugadores como Enoch o Hommes. La cuesta será empinada, pero Peñarroya y sus chicos han dado motivos suficientes para creer en ellos con ese juego alegre que invita a pagar una entrada.