No puedo evitarlo. Es sudar la gota gorda una de estas noches tropicales, tórridas, ecuatoriales o cualquiera que sea el nombre técnico que se dé a padecer 25º C a las dos de la madrugada, y que en pleno insomnio me venga a la mente el primo de Rajoy, que igual tampoco tiene la culpa de que le catapultaran a los titulares. Antes de que el entonces presidente Donald Trump mantuviera durante una crisis de grandes incendios en California que el clima “comenzará a enfriarse”, para lo que solo había que “esperar un poco” –era septiembre de 2020, ¿qué significará poco para Trump?–, el primo de Rajoy saltó a la palestra allá por 2007, cuando el expresidente le citó para afirmar su desconfianza respecto al cambio climático porque un primo suyo, catedrático de Física, le había prometido que no era posible predecir “ni el tiempo que va a hacer mañana en Sevilla”. Anécdotas al margen, hace un tiempo leí por ahí que uno de los triunfos de los negacionistas fue el lingüístico, que dejáramos de hablar de calentamiento global y efecto invernadero para hablar de cambio climático, expresión más aséptica y menos acusadora. Fenómenos como las dos olas de calor extremo que llevamos en poco más de un mes –con violentos incendios aparejados– evidencian esos nada inocentes equilibrismos del lenguaje.