l mundo de la economía, cuando se trata de nombrar esas catástrofes que acaban destrozando nuestros bolsillos y a veces algo más, suele tener un curioso gusto poético. Cuando la pandemia vino a ponerlo todo patas arriba, la economía habló de cisne negro. Cuando se empezaban a relajar los confinamientos, convergieron factores como un incremento notable de la demanda, la escasez y encarecimiento de suministros y materias primas, el cuello de botella en el transporte marítimo... Lo llamaron tormenta perfecta. En las últimas 48 horas la economía nos ha dejado dos datos sobre la mesa: el IPC adelantado en el Estado se moderó en abril al 8,4%, pero ojo porque la subyacente -que excluye alimentos y energía- se disparó al 4,4%. Y el PIB del primer trimestre creció un levísimo 0,3%, con el poder adquisitivo de los hogares ahogado por la inflación. El palabro que amenaza ahora en el horizonte es estanflación, una especie de paradoja en la que los precios suben mientras la economía está estancada. Elementos como la crisis de suministros alimentada por el confinamiento siguen en pie, igual que los efectos de la invasión rusa de Ucrania -que por ahora no parece tener un pronto final- como la crisis energética. Esperemos que la amenaza de estanflación no se materialice o pronto podemos tener otro alarde poético para nombrar la enésima crisis en apenas tres años.