Aplacado el calor asfixiante tras un traslado desde el sur, de las entrañas de Andalucía, al norte, a Galicia, la Vuelta se despertó feliz, con la temperatura justa y el ánimo encendido de los cielos azules y el sol justo que alumbra hacia la costa. Pura vida. Van Aert anidó en Baiona tras otro vuelo magnífico.

Tres aterrizajes perfectos en la Vuelta, donde está sanando una campaña baqueteada por una caída en A Través de Flandes. El belga está acumulando sonrisas y olvidando el sedimento del sufrimiento y el dolor. El más fuerte de la fuga despachó el entusiasmo de Quentin Parcher en un esprint que solo hizo Van Aert.

El francés, fundido, ni amagó en seguir la sombra alada del belga, feliz. Celebró la victoria mostrando tres dedos, la cuenta de su victorias. Tanto tiempo tuvo tras la celebración el belga, que se fundió en un abrazo con los suyos, su mujer y sus dos hijos. Reunión familiar en Baiona. Continuó en el podio. Los vecinos de Baiona fueron los primeros en saber de la existencia del Nuevo Mundo.

Fue un 1 de marzo de 1493 cuando allí desembarcó Martín Alonso Pinzón procedente de la expedición de Colón a América. Siglos después, desembarcó frente a sus playas Van Aert. De regreso a su mundo. El de siempre. El de un campeón. El belga impactó como un meteorito tras 142 kilómetros de ordeno y mando en la fuga. No se trata de una estrella fugaz.

El líder, cómodo

En ese lugar para la historia no ocurrió nada entre la nobleza, salvo que el mandato del líder se fortaleció. Cada día descontado del almanaque es una victoria de Ben O’Connor, que descansa sobre un mullido colchón. Dispone de ahorros. Otro terruño de la Vuelta es suyo. Es su Nuevo Mundo. Zozobra para el resto.

En el refugio climático del norte, pedalearon pizpiretos y sonrientes los ciclistas después de una tortura que tumbó por golpes de calor a Arensman y Tiberi sin que nadie en levantara la mano y denunciara una situación irrespirable. Solo el Giro recibe quejas por el cambio climático y tiene que negociar con los piquetes del plante cuando el mal tiempo asoma.

Entonces hay reuniones, puños en alto, quejas y lecturas e interpretaciones del protocolo frente a condiciones extremas para preservar las salud de los ciclistas. En ocasiones, le asiste la razón y en otras, no tanto y tiende a ser un gesto caprichoso.

El pulso suele ser un debate respecto al poder entre la organización y los ciclistas. La Vuelta, al cobijo de A.S.O, capataz del Tour, al que nadie rechista por su poder intimidatorio, se libró de las sentadas reivindicativas a pesar de ser una carrera inhumana en sus primeros días.

Apagados los focos de la polémica, la hoguera que abrasaba los dorsales como una quema de libros, se supo que Oasis, la banda de los hermanos Gallagher, regresaba tras 15 años peleados. Es el estado natural de Liam, el vocalista engreído y lenguaraz, y Noel, el guitarrista y compositor condescendiente.

Controvertidos, faltones, polémicos, egomaniacos, estrellas del rock antes de serlo, ambos son los responsables de algunos de los himnos que se tararean en el imaginario colectivo desde hace tres décadas. El anuncio del regreso de una de las bandas de rock más importantes de la historia, provocó un vendaval de reacciones ante una noticia grandiosa como su impacto.

Escapada de calidad

En ese estado de euforia se promulgó una fuga talentosa con Van Aert, Soler, Lecerf, Hollman y Parcher después del día de descanso, de regreso a las fatigosas tareas. O’Connor, el líder, no se alteró. Nadie molestaba su estatus entre quienes desplegaron las velas de la aventura, risueña en un recorrido con cuatro ascensiones, pero sin el espíritu de los grandes días.

La conquista de Granada era un recuerdo diluido, como si perteneciera a una vida ajena que no se inmiscuye demasiado en la de uno. El primer acto del tríptico gallego era una escalera, un sube y baja, en el que se solapaban las cuestas y los descensos. Sin embargo, la experiencia reciente de Hazallanas, la fatiga extrema de aquel día congeló la ambición. Nadie quería asomarse al abismo.

El Red Bull dispuso a sus antorcheros en el tercer puerto, el de Mabia, para agitar el avispero y desprenderse de los flecos. Desalojaron el pulso lánguido de los porteadores de O’Connor, interesados en una travesía sin oleaje, sin más estela que la lejana de los fugados.

El movimiento no tuvo más trascendencia que tener un buena colocación. El pelotón engordó de nuevo mientras los fugados continuaban con una comunicación fluida, sin necesidad de gesticular con el codo pidiendo relevos. La paz se alteró con el alto de Mougas.

Tranquilidad entre los nobles

Van Aert y Parcher se adentraron con un racimo de segundos respecto a sus compañeros de fuga después de que el belga aprovechara el impulso de una esprint intermedio para proyectarse. La amistad se quebró con el chasquido de una rama seca. Duelo de parejas. Van Aert y Parcher contra Soler y Lecerf. El combate cayó del lado del belga y el francés, superiores en Mougas.

Ben O'Connor, atento a Carapaz y Mas. Efe

La entrada a la bocana del puerto también aceleró a los mejores, bizqueando desconfianza. Amusgaban la mirada. O’Connor fijó a los suyos para que barrieran la subida, la calzada estrecha, el trazado sinuoso, los árboles cuidando las cunetas, sombrillas de vegetación para refrescar la ascensión.

No hubo chispa. Solo calma. El único pleito era el de Van Aert y Parcher. El francés buscó la sorpresa con una arrancada decorativa. El belga le cortó las alas para desplegar las suyas. Van Aert vuela alto.