Menuda puntería la de servidor. Escribía ayer aquí mismo que hasta para un tipo con la escasez de escrúpulos de José Luis Ábalos sería demasiado negarse a entregar el acta de diputado. Pues ahí lo tienen, sentado desde las tres de la tarde de ayer en un escaño del Grupo Mixto –“¡Joder, si es que no cabemos más!”, se lamentaba el representante del BNG Néstor Rego– que ha convertido en trinchera.

No solo les confieso que no esperaba la resistencia numantina del individuo pillado en vergonzoso y vergonzante renuncio. Es que soy incapaz de recordar una actuación tan vomitivamente victimista como la que tuvo el cuajo de protagonizar en la sala de prensa del Congreso de los Diputados. Fue una mezcla en malo de los dibujos animados de Calimero y las tres entregas de El Padrino, solo que en este caso, en versión de Pajares y Esteso.

Impulso de venganza

Bien es verdad que también fue el retrato a escala 1:1 de la política española actual. Ese tipo –padre de cinco hijos de tres parejas y, en consecuencia, pagador de varias pensiones alimenticias– al que vimos alternar los lloriqueos con las amenazas nada veladas es uno de los principales artífices de la que Pedro Sánchez recuperase la secretaría general del PSOE y, no mucho tiempo después, se hiciera con la presidencia del Gobierno español tras una rocambolesca moción de censura por la que nadie –empezando por este humilde tecleador– daba un puñetero duro.

De propina, unos meses después, el hoy caído en desgracia entre los suyos fue muñidor del pacto del insomnio con Podemos que revalidó la pernocta de su jefe en La Moncloa por un tiempo que se ha prolongado en el tiempo mucho más allá de lo esperable y de lo esperado.

Comprendo que es francamente difícil pasar por alto la catadura inmoral del fulano, pero si hacen el ejercicio de ponerse en sus caros zapatos, seguramente comprenderán su sentimiento de ser despachado como una colilla por quienes le deben haber llegado a donde jamás habrían sido capaces de soñar.

No sé si lo lógico, pero sí lo humano es que Ábalos se sienta invadido por el impulso de revancha y de tirar de la manta.