Son negocios

– Asisto con media sonrisa a la zapatiesta económico-político-patriotera que se ha montado a cuenta del más que posible traslado a Países Bajos del emporio español Ferrovial. Hoy mismo sus poderosos accionistas tomarán la decisión definitiva en una junta que bien podría transmitirse como si fuera un evento deportivo. Independientemente de si sale el sol por Ámsterdam o por Antequera, el espectáculo previo está siendo de lo más entretenido a la par que esclarecedor. Y también enternecedor, porque no me digan que no es maravilloso que a estas altura haya quien haga como que no sabe un principio fundamental de los negocios: el capital no tiene patria. Se instala allá donde le salen mejor los números y se va cuando encuentra un paraje que le renta más. Las banderas son de conveniencia.

Cuanto peor, mejor

– Con todo, sí reconozco que me resulta especialmente divertido ver cómo los que siempre van con la rojigualda en ristre hayan salido todos a una a defender la decisión de la empresa de llevarse los cuartos a otra parte. Claro que es verdad que lo hacen porque el cambio de domicilio les da pie para cargar las tintas contra el gobierno español al que, después de tildarlo con su epíteto favorito –socialcomunista–, acusan de haber echado a patadas a la firma con una legislación que atenta contra la sagrada libertad de mercado ahoga el esfuerzo emprendedor, bla, bla, requeteblá. En su grosera aplicación del “cuanto peor, mejor”, los cacareadores a pleno pulmón de la milonga de la Marca España no disimulan su goce ante la pérdida de un santo y seña las corporaciones de su amado reino.

¿Trato de favor?

– En la contraparte, es decir en la del Ejecutivo de Pedro Sánchez –o, apurando más, en la facción con carné del PSOE–, también hay mucho y jugoso que comentar. Lo de las cartas amenazantes desde el ministerio de Economía, las cargas de profundidad desde el de Hacienda o el de Industria y, en general, las declaraciones llenas de despecho por el abandono nos mueven, como poco, a preguntarnos retóricamente qué hay detrás de los biliosos reproches. Ni hace falta leer entre líneas en algunas de esas invectivas para intuir que en el pasado ha habido algún tipo de trato preferente hacia una empresa que, en sus mil divisiones productivas, vive principalmente de contratos públicos… y no precisamente de los pequeños. Lo que ocurre es que, hasta ahora, Nadia Calviño, María Jesús Montero, Reyes Maroto y el propio Pedro Sánchez han tirado la piedra cuidándose mucho de esconder la mano.