Jauría borracha de odio

– Nos pilló a contrapié. Lo temíamos, como mucho, para el domingo anterior, coincidiendo con la toma de posesión de Lula. Pero se demoró siete días. Cuando los órganos legislativos brasileños estaban vacíos, la marabunta bolsonarista entró a saco. Pretendía ser un remedo del asalto al Capitolio de Washington de hace dos años. Alguno de los cabestros que participó en la siniestra carnavalada calcaba el disfraz del supergañán con casco de cuernos, pieles sintéticas y pinturas patrióticas de guerra. La diferencia a favor (por lo menos, a la hora de teclear estas líneas) es que no hay que lamentar víctimas mortales. En casi todo lo demás, los paralelismos resultaron un calco. La jauría borracha de odio arrasó con todo lo que se encontró a su paso, ante la inicial pasividad de las fuerzas del orden. No era vandalismo sin más. Esos acémilas que hace unas semanas frivolizaban a este lado del Atlántico sobre lo que es un golpe de Estado anteayer tuvieron la demostración en riguroso directo de lo que es una intentona golpista sin matices.

El cobarde Bolsonaro

– Todo parece indicar, afortunadamente, que la asonada ha fracasado. Por lo menos, en primera instancia. La policía y el ejército, tras sus titubeos iniciales, responden a las órdenes del gobierno legítimo y van reduciendo a los sublevados. El número de detenidos no deja de crecer de reporte en reporte. Empezaron a contarse en decenas y ya son bastantes más de mil. Todo, mientras se teme por el estallido de otros focos más allá de la capital, y mientras el líder carismático de los sublevados se desmarcaba tibiamente desde su autoexilio en Estados Unidos. Si alguien no tenía catalogado a Jair Bolsonaro como un miserable antipatriota, ahora no le pueden caber dudas y añadir a su lista de defectos su condición de cobarde que pone tierra de por medio mientras el país que tanto dice amar se desangra.

Lula, más grande

– Enfrente, crece más si cabe la figura de Lula da Silva. Incluso quienes no comulgan ideológicamente con él, como el presidente francés, Emmanuel Macron, corrieron a proclamarle su solidaridad y a subrayar la legitimidad incuestionable de su mandato. Solo menudencias como el líder del PP español (no digamos ya su secretaria general) han racaneado a la hora de mostrar el respaldo al presidente recién electo. Ese aliento internacional casi unánime, sumado a los apoyos internos de muchos representantes institucionales y políticos que recelaban de él, puede ser la primera piedra del muro que detenga de una vez por todas el monstruo del populismo totalitario. Ojalá.