Ayudado por los inmisericordes calores de las últimas jornadas, llevo prácticamente una semana duchándome con agua fría. Dos veces al día, porque los sudores así lo exigen. Y no sé si les pasa a ustedes, pero la cuestión es que, debajo del chorro, me acuerdo de Putin. ¿Realmente mi pequeño gesto servirá para dificultarle su campaña criminal en Ucrania? Ojalá las cosas fueran así de simples, ¿verdad? Pero no. Aunque fue el vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, el que nos arengó en este sentido, vamos viendo que, en realidad, la vaina funciona casi al revés. Como es el sátrapa del Kremlin el que maneja la espita del gas, el acojono es que nos lo corte del todo. Así, ante la escasez que se avecina, más nos vale ir haciendo economías a la hora de alumbrarnos, refrigerarnos y –cuando vuelva a tocar–, calentarnos. También a la hora de ponernos al volante.

Por lo que me concierne, y dado que soy un tipo disciplinado, estoy dispuesto a asumir lo que se disponga. Solo pido a cambio, de entrada, que me digan exactamente qué tengo que hacer y que me aclaren si es una recomendación o una obligación. Pero que me lo digan pronto, porque estamos en una situación que se parece horrores a las semanas previas a la declaración de estado de alarma por la pandemia. Se dejaba caer que venía una muy gorda, pero no se actuaba. Esta vez, con una pachorra propia de la caricatura hispanistaní, se nos viene a decir que disfrutemos del verano, que a la vuelta nos aguarda la intemerata. Si eso es así, que ya sé que sí, quiero saber sin paños calientes ni medias tintas desde hoy mismo a qué atenerme. l