- Empiezo a no tener claro si entramos a cada cebo por pardillos o por cínicos. Los de mi gremio, quiero decir. Confieso mi pudor inmenso al ver en los titulares gordos que los dos socios a bofetadas del Gobierno español han alcanzado un acuerdo del requetecarajo para la derogación de la malvada reforma laboral de Mariano Rajoy. Estamos convirtiendo en noticia lo que figura negro sobre blanco en el pacto de coalición que dentro de nada cumplirá dos años. Y si no fuéramos tan desmemoriados o tan cachazudos, recordaríamos también que desde entonces nos han colado la misma mercancía recauchutada ni se sabe cuántas veces. Por lo que nos toca más de cerca, queda aquel solemne compromiso a EH Bildu de tener lista una nueva norma laboral “antes de final de año”. Del pasado, concretamente. Pero el trile del prestidigitador de Moncloa ha vuelto a funcionar y anteayer nos arrojaron como maíz a las gallinas tres folios que no contenían nada que no estuviera, insisto, en lo que nos enseñaron el día aquel del abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
- Convengamos, entonces, que como mucho, se ha regresado a la casilla de salida. O, ni eso, porque hasta el menos avezado de los analistas, da igual que sean ideológicamente cercanos o lejanos, tiene meridianamente claro que no se va a tumbar la reforma de marras. Que sí, que en el último papelito se habla expresamente de derogar, pero tenemos el suficiente conocimiento del paño también para saber que el verbo no deja de ser un señuelo de colorines. A la hora de la verdad, si es que se llega a hacer algo, que sigue estando por ver, ya nos venderán la moto comunicativa que se les ocurra. La pista decisiva nos la dio el propio Sánchez, cuando dos días antes de la fumata blanca, habló ante los supertacañones europeos de modernizar, que no es lo mismo que derogar.
- Resumiendo, que este final (momentáneo, ojo) ha sido un poco como el de Los Serrano. Han pretendido hacernos creer que todo había sido un sueño. Y luego, como divertimento para la plebe a la que gusta asistir a pulsos y reyertas, hemos tenido la subtrama del culebrón sobre la rivalidad entre las vicepresidentas Nadia Calviño y Yolanda Díaz. La versión más extendida asegura que la vencedora ha sido la designada por Iglesias como heredera. Yo tiendo más a pensar que la victoria ha sido otra vez de Pedro Sánchez, que vuelve a ganar unos días, semanas o meses más durmiendo en aquel colchón que fue su primera adquisición tras triunfar contra pronóstico en la moción de censura de primavera de 2018.