Un puñado de frikis autotitulados falangistas que parecían tan de atrezzo como la carga policial que hacía como que los mantenía a raya. No dio para mucho más el traslado discreto (ejem) de los restos de José Antonio Primo de Rivera desde su tumba del ahora llamado Valle de Cuelgamuros a una sepultura en el cementerio de San Isidro. Así se ha eco del axcontecimiento la prensa de orden.
“Primo de Rivera: desenlace a un mes del 28-M”, titula La Razón en primera bajo una imagen de la comitiva fúnebre saliendo del valle y otra de los tardíos joseantonianos montando la bulla. Una apostilla remata el conjunto: “Los restos del líder de Falange, enterrados en Madrid en busca del «descanso eterno tantas veces interrumpido»”.
"Se pretende marcar con el estigma del franquismo a unos partidos políticos del centro derecha, impecablemente democráticos"
En el editorial, el diario azulón se pone severo: “Cambian de sitio un cadáver, no la historia”. Dentro, la moralina habitual. Ahora que ya estamos reconciliados, vienen estos rojos y no desreconcilian: “La inmensa mayoría de los españoles se encuentran muy lejos de las posiciones maximalista y sectarias de esa parte de la izquierda que cree ciegamente que el borrado material de los vestigios «franquistas» absuelve al bando perdedor de sus responsabilidades en el desencadenamiento del peor conflicto civil de la historia, al tiempo que se pretende marcar con el estigma del franquismo a unos partidos políticos del centro derecha, impecablemente democráticos”.
ABC opta por pasar de puntillas sobre el asunto, al que relega a la segunda portadilla. Hay que buscar con lupa el recuadrito en que se lee: “La exhumación de Primo de Rivera acaba con tres simpatizantes detenidos”. No hay editorial pero sí una de columnas. En una de ellas Jesús Lillo reflexiona sobre lo que poco que se usa hoy ell nombre José Antonio, con esta conclusión final: “El olvido de José Antonio Primo de Rivera no es fruto de la aplicación de ninguna memoria democrática, ni siquiera histórica. Mucho antes de que Zapatero y Sánchez se metieran a sepultureros, los españoles ya habían decidido cambiar de estrato y dejar al fundador de la Falange en la fosa común en la que los recuerdos pierden su nombre”.
En la otra, Ignacio Ruiz-Quintano arruga el morro por molestar el sueño eterno de los pilares de la patria. Y de propina saca el comodín de Miguel Ángel Blanco. Se lo juro: “A Franco, por no separar los poderes: a José Antonio, por ser hijo del que tampoco los separó (para engordar mejor al Psoe); y el baile proseguirá con las víctimas de la Eta (Miguel Ángel Blanco sólo pudo descansar en Galicia)”.
En El Mundo, la discreción es total. Nada en portada. Nada en los dos editoriales. Nada entre las piezas de opinión. Lo único, una página de información en la que, si cabe, llama la atención el curioso titular: “El Gobierno celebra la exhumación de Primo de Rivera”. Como si fuera un cumpleaños…
"José Antonio (lo pensará si existe la vida eterna) por fin se ha librado de Franco"
Como también hemos visto en días anteriores, no faltan los que vienen con lejía para blanquear al trasladado. Un de ellos es Daniel Ramírez (El Español), que después de contarnos una historieta edulcorada, termina lamentando que la plebe no sepa distinguir entre los que fueron vecinos de tumba en el Valle: “No hay manera de corregirlo. La Historia es implacable cuando está escrita. Franco y José Antonio serán siempre lo mismo, pero por lo menos ya no están enterrados juntos y el de Falange no yace en el monumento de una "cruzada" en la que no creyó. José Antonio (lo pensará si existe la vida eterna) por fin se ha librado de Franco”.
"José Antonio no intervino en la guerra, no fue de nadie siendo de todos"
Un paso más allá, Juan Van-Halen (El Debate) pinta al individuo como líder revolucionario: “En esta España obtusa en la que muchos jóvenes no saben sino lo que les cuentan o les dejan saber desde leyes de desmemoria que un próximo Gobierno habrá de derogar, para la generalidad José Antonio es un desconocido, y perseguirle post mortem supone una venganza anacrónica y una cobardía miserable. José Antonio no intervino en la guerra, no fue de nadie siendo de todos. Intentó arbolar una izquierda nacional avanzada en lo social, respetuosa con los valores y defensora de la unidad de España”. Lo de izquierda, en fin. Ahora, de lo que se olvida el amanuense es de cómo el tipo y sus feligreses de camisa azul, sembraban el pánico pistola y porra en mano en los últimos años de la República.
Terminamos con un entrecomillado de Antonio R. Naranajo, también en el diario ultracatólico: “La pérfida ingeniería social que caracteriza a la izquierda española desde Zapatero, perfeccionada en todos los órdenes por Sánchez y sus aliados, desprecia pues todo afán de superación definitiva, sin olvido, del drama nacional que supuso la Guerra Civil; y opta por recrudecer falsamente la España de los dos bandos con un indecente objetivo movilizador en el que las víctimas, tan manoseadas en unos casos y despreciadas en otros, son una excusa trilera para cimentar el mensaje frentepopulista”.