Le gusta el mundo de la fábula, un género que le hace sentir y soñar con un mundo mejor. Cuando en 2006 salió al mercado editorial La elegancia del erizo, la promoción fue muy modesta, nada que ver con la que tienen sus obras ahora. La historia de ese singular edificio y su portería recorrió el mundo, ya lleva vendidos más de seis millones de ejemplares y hasta se ha convertido en película. Quince años después de esa novela llega Un país extraño, un lugar que quiere ser ese mundo mejor que ella siempre ha imaginado. Para Muriel Barbery, una antigua profesora de instituto que gracias a la literatura se ha liberado de la docencia, la naturaleza es muy importante. Vive en medio del campo en Francia, en una casa donde apenas hay objetos de plástico y donde cultiva su propio huerto. Allí no hay elfos como en sus historias, pero sí se puede sentir cómo vibra la naturaleza.
¿Qué es Un país extraño, su nueva novela?
Me han hecho falta cuatrocientas páginas para entender cómo es ese país que narro en mi novela. Lo que sí sabía era que quería inventar un mundo imaginario, de ahí el título. Desde pequeña siempre he tenido la fantasía de crear un mundo para mí sola.
¿A su medida?
He hecho lo que he podido. Tenía ciertas influencias para crear este mundo imaginario. Mi amor por la naturaleza me ha llevado siempre a imaginar un mundo armonioso, y en esto ha pesado mucho mi experiencia japonesa. Cuando escribí La elegancia del erizo soñaba con ir a Japón, pero no tenía dinero para hacerlo.
Pero lo consiguió gracias al éxito de La elegancia del erizo, ¿no?
Exactamente. Han pasado ya unos años, pero es cierto que me ha marcado mucho. Japón cambió mi vida.
¿Hay paralelismos entre La elegancia del erizo y Un país extraño?
Todos mis libros son muy diferentes, pero después del cuarto me he dado cuenta de que hay temas comunes: el sentido de la vida, la relación del hombre con la naturaleza y la importancia del arte. En Japón descubrí que la naturaleza y el arte van de la mano.
¿No se da esa vinculación en Francia o en España?
No. La idea japonesa del arte es que la naturaleza cruza o pasa por el cuerpo del artista y que luego él la plasma y la hace florecer en su producción.
Siempre ha estado usted muy preocupada por la naturaleza. ¿Cuál es su visión sobre el estado de nuestro planeta?
Que está bastante mal. Tenemos que ver el peligro muy cerca de nosotros para empezar a reaccionar, y creo que todavía no lo hemos asimilado. Solo por ver las grandes catástrofes que se están produciendo tendríamos que estar actuando ya.
¿Con qué nos vamos a encontrar cuando leamos Un país extraño, con aventuras o con simple fantasía?
No lo sé, porque he tomado elementos de muchos géneros diferentes. Hay numerosos autores a los que admiro que son considerados de ciencia ficción, y me parecen excelentes escritores, y muchos autores realistas muy buenos están cogiendo influencias de la literatura de fantasía.
¿No ha tenido tentaciones de quedarse a vivir en Japón?
No sabes cómo lo echo de menos. Voy a menudo, cada poco tiempo, tengo mono y siempre suelo ir allí a hacer una acumulación de belleza. Suelo ir a Kioto. Es como ir a la gasolinera y llenar el coche de combustible; yo voy allí a llenarme de belleza.
Cuando pensamos en Japón nos viene la sensación de mucha gente, de grandes urbes atestadas de población y de un ritmo de vida acelerado.
Quizá estás hablando más de Tokio que de Kioto. De todas formas, sobre Tokio tenemos una falsa idea. Efectivamente, hay un pequeño centro extremadamente frenético, pero el resto es muy tranquilo, como todas las ciudades japonesas. Pero si queremos sentir el latido del antiguo Japón, tenemos que ir a Kioto.
¿Qué piensa de la gastronomía japonesa, considerada una de las mejores?
Me encanta. Me gustan mucho las cocinas italiana, española y japonesa. Son muy diferentes, pero tienen un punto en común: la sencillez de los productos, la materia prima.
No sé si los chefs franceses van a estar muy de acuerdo.
Supongo que no, pero en Francia se mezcla todo. No es la misma cocina, y las que a mí me gustan están basadas en los productos y en el sabor natural.
Si somos un poco frívolas podríamos hablar de la piel de las mujeres japonesas, que está considera la más perfecta del mundo.
A mí me gusta el punto frívolo. Tengo que decir que algunas japonesas tienen la piel transparente, y esa piel es bellísima, impresionante.
¿Se ha apropiado de algún truco?
No. Tendría que ser japonesa, porque no hay trucos. Esa piel es inimitable, igual que lo es la forma de hablar o de caminar.
Volvamos a los libros. ¿Trabaja en algún nuevo proyecto?
Sí. Acabo de terminar una novela breve, muy diferente a lo que he escrito hasta ahora, que es muy contemporánea. No tiene nada que ver con los libros anteriores. La he escrito enseguida y eso para mí es bastante raro y muestra que podemos cambiar.
Tiene fama de corregir hasta el extremo sus textos. ¿Es tan perfeccionista?
Sí, y cada vez soy peor. No me causa ningún sufrimiento ser tan precisa, porque es lo que me gusta. Siempre he pretendido ser muy cuidadosa con la artesanía de la escritura, y cuando el texto está acabado no me resisto a dar pequeños toques, pinceladas...
La pesadilla de los editores, ¿no?
El editor me tiene que arrancar el manuscrito de las manos. Ja, ja, ja?
¿Previó el éxito de La elegancia del erizo?
Nunca. Mi marido me dijo: Vas vender cincuenta libros, no más. Pero a mí no me importaba, estaba muy contenta, solo el hecho de publicar me parecía un éxito. Nunca puedes llegar a saber hasta dónde puede llegar un libro en ventas.
¿Se ha vengado de su marido por esa falta de confianza?
Ja, ja, ja? No, para nada. Él me ha ayudado mucho. Me empujó mucho con ese libro y con todo lo que he hecho después.
Muchos lectores piensan que Renée, la portera de La elegancia del erizo, tiene mucho que ver con su autora. ¿Qué dice usted?
Ja, ja, ja? Eso es muy personal, y también me lo he planteado yo. A veces pienso cuál es mi relación con todos mis personajes. Creo que es un poco como en los sueños; al mismo tiempo, en un sueño puedes ser tú y otra persona. Hay cierta identificación, pero es muy compleja.
Si cogemos como referencia sus dos primeras novelas, Rapsodia gourmet y La elegancia del erizo, ambas discurren en la misma calle de París, Grenelle.
Casualidad. El personaje de la portera ya estaba en la primera novela, pero solo ocupaba dos páginas. Un día releí esas dos páginas y pensé: Este es un personaje estupendo, y reinventé la historia de ese edificio, pero el vínculo es superficial. Pero es cierto que de Renée nació La elegancia del erizo.
Un libro que le ha permitido vivir solo de la literatura.
Y he tenido mucha suerte. La gran mayoría de los escritores no viven de escribir, aunque después de mi primera novela seguí ganándome la vida siendo profesora.
¿Echa hoy de menos la docencia?
No, para nada. Mi pasión por escribir es de siempre, pero había que vivir y por eso daba clases. Sin embargo, sigo en contacto con algunas antiguas alumnas.
¿No le resulta asfixiante dedicarse en cuerpo y alma a escribir?
No me paso el día entero escribiendo. Para escribir hay que vivir, y ese es el equilibrio complicado que hay que lograr; hay periodos de trabajo más intensos, pero si escribiera constantemente me agotaría. La escritura hay que nutrirla y hay que alimentarla. Cuando comparo la escritura con la docencia está claro que ahora gozo de una felicidad increíble. No es comparable mi vida de ahora con la anterior.
PERSONAL
Edad: 50 años (28 de mayo de 1969).
Lugar de nacimiento: Casablanca (Marruecos), pero tiene nacionalidad francesa. Vivió en París desde niña, aunque siempre ha regresado a su país de origen.
Formación: Es licenciada en Filosofía y ha sido docente de esta disciplina.
Trayectoria: En 2000 publicó en Francia Rapsodia gourmet, novela sobre un crítico de gastronomía que vive sus últimas 48 horas y que buscando el recuerdo de un sabor repasa su vida. Este libro no llegó al mercado español hasta 2010, cuando ya se había publicado La elegancia del erizo (2006) y se había convertido en un éxito. Luego fue traducido a treinta idiomas y se han vendido más de seis millones de ejemplares en todo el mundo. Tras dejar de dar clases, Muriel Barbery vivió durante años en Japón, país donde le surgió la idea de La vida de los elfos, una historia que tiene a dos niñas como protagonistas: María y Clara. La experiencia japonesa tiene también protagonismo en su último título: Un país extraño.