Disculpen el esfuerzo dominical, pero figúrense el centro histórico de su ciudad con todas las lonjas vacías. Y ahora en una imaginaria cola del paro a las más de 130.000 personas que en Euskadi trabajan en el sector comercial, como la séptima parte de la población ocupada. Visualicen también el agujero en las Haciendas ante el ocaso de un nicho económico que representa más del 10% del PIB vasco. Un futuro inquietante tal vez no tan ficticio.  

Porque para demasiada gente, lo mismo en Vitoria, el comercio de proximidad es literalmente invisible en estos vertiginosos tiempos digitales. Una flagrante contradicción, pues el comercio cercano constituye el alma de las ciudades al dotar de vida e incluso de confort a los barrios también por las relaciones personales que fomenta. A lo que añadir su decisiva contribución al empleo primero y a la sostenibilidad de nuestros servicios públicos después por tratarse de una tributación local fiscalmente responsable. Nuestros comerciantes hacen comunidad en el más amplio sentido de la expresión, singularmente en los enclaves rurales que comportan mayor dificultad para el desplazamiento. Y sin embargo por ejemplo en Gasteiz no quedan ni 3.000 establecimientos minoristas ante la pujanza de las grandes plataformas on line que a golpe de clic se presentan ante una clientela universal con un escaparate infinito y ajustado en precio al ahorrarse intermediarios. Una competencia salvaje ante la que claudicar no es una opción por mucho que alguna mañana cueste levantar la persiana.

No queda otra que empoderarse sobre la base de ganar notoriedad ante el consumidor estimulando su confianza. A partir de la calidad del producto y el trato personalizado, la doble fortaleza a maximizar y a la que sumar la digitalización como canal complementario del presencial para rentabilizar así todas las oportunidades a la vista. Un reto que precisa de una formación integral, que abarque tanto tácticas y técnicas de compra y venta como herramientas de gestión, más inversión tecnológica, por ejemplo en dispositivos como TPV avanzadas. Y todo en el marco de un asociacionismo efectivo que sostenga una conversación constructiva con las instituciones, que además de favorecer esa formación y arbitrar campañas de descuentos acometa un urbanismo que piense en los comerciantes. En el caso de los poderes públicos alaveses, integrando a nuestro comercio de calidad como tractor de ocio, pongamos junto con la actividad cultural, el deporte de élite, las ferias sectoriales, el turismo rural, la gastronomía o la viticultura.

Si queremos que en el comercio que conforma nuestro ADN haya relevo generacional, porque tenga presente además de futuro, actuemos como consumidores responsables que sirvan de espejo a la juventud para que se comprometa con una compra consciente y en conciencia. Pues las decisiones de gasto no pueden soportarse sólo en el precio y deben incluir el valor intangible de contar con tiendas en la puerta de al lado. Se llama inteligencia comunitaria y sólo si la aplica el cliente tendrá la razón entera.