El naufragio de un cayuco con 84 personas a bordo que tuvo lugar en la madrugada de ayer a poco más de seis kilómetros de la costa de la isla de El Hierro puede ser, si se confirman los peores augurios, la mayor tragedia migratoria ocurrida en Canarias en los últimos treinta años. Según los datos disponibles, el cayuco siniestrado había salido desde Mauritania y volcó cerca de El Hierro cuando numerosos ocupantes de la precaria embarcación se pusieron de pie durante las operaciones de salvamento que se estaban llevando a cabo después de que se hubiera notificado un fallo en el motor. Salvamento Marítimo ha podido rescatar a 27 personas y ha recuperado nueve cadáveres, mientras busca a 48 desaparecidos. El drama es especialmente brutal tanto por la inasumible pérdida de vidas humanas como por las circunstancias en que ha tenido lugar, y especialmente porque impacta de manera directa en el impúdico debate político devenido en bronca respecto a la migración y los menores no acompañados y su acogida y porque la incesante llegada de cayucos a las listas desde hace varios meses hacía prever una posible tragedia. El suceso, además, tiene lugar cuando se acaban de cumplir, el pasado 28 de agosto, treinta años de la llegada de la primera patera a Canarias, cuando dos jóvenes saharauis lograron arribar a Fuerteventura, abriendo así una ruta inédita. Desde entonces, decenas de miles de migrantes han alcanzado las islas en un movimiento que se ha intensificado en los últimos años. Muchos otros miles han muerto ahogados. Ayer, tras conocerse la tragedia, varios dirigentes insistieron en la necesidad de acciones decididas tanto por parte del Estado español como de la Unión Europea para atajar esta catástrofe humanitaria. Esta nueva tragedia ha tenido lugar pocas horas después de que el ministro de Interior español, Fernando Grande-Marlaska, arremetiera contra la agencia europea Frontex, a la que exigía que recupere la vigilancia marítima en aguas africanas del Atlántico para prevenir la inmigración irregular. Palabras que hoy resultan ofensivas e hirientes y que dejan traslucir una situación de, cuando menos, descoordinación y caos y la inaceptable e irresponsable ausencia de una política común para afrontar una crisis humanitaria cada vez más sangrante, ofensiva y dolorosa.
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