Más de medio centenar de días de bloqueo e incapacidad para alcanzar un consenso suficiente sobre el nuevo primer ministro francés los ha cerrado repentinamente Emmanuel Macron con la elección del conservador Michel Barnier en una decisión que no garantiza la estabilidad parlamentaria para gobernar. La decisión del presidente ha sido recibida como una traición por la amalgama de partidos de izquierda agrupados en torno al Nuevo Frente Popular (NFP), primera fuerza de la Cámara legislativa tras hacer causa común con el partido de Macron para retirar conjuntamente candidatos en segunda vuelta electoral y frenar el crecimiento de la ultraderecha, que apunta a convertirse ahora en imprescindible. Pero, para que esto ocurra, al partido de Marine Le Pen (RN) no le basta con querer ser interlocutor preferente del nuevo Gobierno y sus políticas; sólo si la izquierda se enroca en una oposición de confrontación radical con el próximo gobierno, algo que no es descartable, tendrá terreno de juego el extremismo. Macron ha tratado infructuosamente de atraer al Partido Socialista y otras fuerzas de centroizquierda para separarlos de la estela de La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon y las formaciones menores de extrema izquierda agrupadas en LFI. La expectativa de una difícil cohabitación del presidente con una primera ministra como la propuesta por este bloque –la socialista Lucie Castets– ha pesado más por la rigidez en la exigencia de desmantelamiento de las políticas del propio Macron y de aplicación íntegra del programa del NFP, en las que han insistido Mélenchon y el secretario general socialista, Olivier Faure, pese a que sus 193 escaños quedaban lejos de la mayoría absoluta legislativa, fijada en 289. Barnier tendrá que buscar la estabilidad sin entregarse a discursos ajenos. La ultraderecha ha logrado situarse como interlocutora imprescindible para su nombramiento, pero el nuevo primer ministro no puede entregar las políticas de su gabinete a la agenda de Le Pen. La situación es un reto para todas las fuerzas democráticas y su capacidad de encontrar vías alternativas al dogmatismo y la confrontación. Para ello será preciso recuperar confianzas maltrechas y crear otras donde no las había. Los extremismos se alimentan de la inestabilidad y el desencanto, pero el bienestar social paga las consecuencias.
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