No dejó grandes titulares más allá del ejercicio de normalidad de un encuentro entre mandatarios, pero la visita de Pedro Sánchez a Ajuria Enea no fue un acontecimiento menor. Así lo acredita el hecho de que, antes que él, sólo dos de los cinco predecesores del presidente del Gobierno español habían visitado la residencia oficial del lehendakari en situaciones cuyo simbolismo trascendía el mero protocolo. Fueron Adolfo Suárez, en diciembre de 1980, apenas un año después de aprobarse el Estatuto de Gernika, y José Luis Rodríguez Zapatero, en noviembre de 2011, apenas tres semanas después del anuncio del final de terrorismo de ETA. Ni Felipe González ni José María Aznar ni Mariano Rajoy hallaron motivos para acercarse a Ajuria Enea y Sánchez llega en un difícil momento personal y político que no se puede separar de la simbología buscada con su doble visita a Catalunya y Euskadi de esta semana. La cordial la acogida de su anfitrión, Imanol Pradales, muestra un modo de entender la política y encarar su función resolutiva de las necesidades prácticas del ejercicio de la gobernanza. Pradales no necesitaba esa fotografía que sí refresca a Sánchez lejos del torbellino de tensión que es Madrid. Pero no se limitó a ofrecer un formalismo gentil. El fondo del encuentro, proyectado con discreción sobre sus contenidos, habla de iniciativas que están pendientes y para las que corre el tiempo. Compromisos que sustentaron la investidura del presidente español y que el lehendakari gestiona con voluntad de acuerdo pero también con firmeza. Porque es en esta legislatura en la que el Gobierno español está exigido de cumplir las transferencias pendientes de la Comunidad Autónoma del País Vasco y también de la Foral Navarra; de profundizar en la bilateralidad de los diseños de gestión política y económica que afectan a la ciudadanía vasca y de acordar un modelo ampliado, seguro y eficiente de autogobierno, inserto en el marco normativo del Estado, que acoja el reconocimiento de la nación vasca. Sánchez salió de Ajuria Enea con satisfacción pero sobre todo con obligaciones reiteradas. La de ser consecuente con los principios admitidos en su pacto con el PNV; la de ser leal a su letra y espíritu para no obstaculizar las iniciativas de éste; y la de hacer honor a su palabra con otras propias para cumplirlo.