Algunos acontecimientos que han tenido lugar en las últimas horas en la esfera internacional han conmocionado y alertado a la opinión pública al ponerse de manifiesto los múltiples riesgos que acechan a las democracias derivados de movimientos que, tanto a derecha como a izquierda, buscan erosionarlas y destruirlas. Si alguna característica tienen en común la detención de 25 cabecillas, miembros y simpatizantes de la extrema derecha –incluidos exmiembros de las Fuerzas Armadas– que planificaban un golpe de Estado en Alemania atentando directamente contra las instituciones y sus legítimos representantes, y el arresto del ya expresidente de Perú, Pedro Castillo, tras su intento de autogolpe mediante la disolución del Congreso, e incluso algunas reacciones –también en nuestro entorno cercano– sobre la condena por corrupción contra la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández, es, precisamente, el desprecio del sistema democrático y de la voluntad popular bajo el manto del populismo. No significa esto que sea lo mismo la ultraderecha de corte neonazi –y, como en el caso de Alemania, armada– en el corazón de Europa que la profunda crisis política, social, económica y de permanente inestabilidad institucional, todo ello agudizado por extendidas conductas y maniobras de alta corrupción, que es moneda común en muchos países de Latinoamérica, como es el caso de Perú. Nada tienen que ver ambas realidades, sus muy diferentes contextos sociales y económicos y su historia. Sin embargo, los discursos radicales, populistas y antisistema –disfrazados a menudo de posturas antiestablishment– que están calando en gran parte de Europa y América representan un peligro cierto para la democracia. Es necesario entender que la democracia solo se defiende con más democracia. Quienes, por contra, depauperan la percepción de las virtudes del sistema democrático instrumentalizando las instituciones y manipulando sentimientos, unas veces por dogmatismo y otras, por mero interés, contribuyen a una deslegitimación que conduce al incremento de actitudes cercanas al golpismo o a sucedáneos tan o más peligrosos, como el trumpismo. Es obligación de todos asumir la responsabilidad de prestigiar las excelencias de la democracia, perfeccionándola y limando sus carencias, y preservarla del cáncer del populismo y la demagogia.