La reducción al 2,1% de la previsión del Gobierno Vasco de crecimiento económico en Euskadi durante 2023 constata que el enfriamiento global de la economía tiene efectos directos sobre el tejido económico local y demanda estrategias de reactivación. El cálculo realizado desde el Departamento de Pedro Azpiazu es coherente con los realizados por otras instituciones en relación a las economías del entorno y apunta a que, de hecho, la estructura productiva vasca aguanta mejor el dilatado ciclo de incertidumbre energética y carestía de precios. La dimensión del momento económico se aprecia con las advertencias de la OCDE, que días atrás apuntaba el riesgo cierto de que Alemania entre en recesión el próximo año y que fijaba en un 1,5% la expectativa de crecimiento española, o las más recientes del Banco Mundial, que ya constata que China ha dejado de tirar de la economía de su entorno al crecer este año solo un 2,8%, lo que en ese país equivale a destruir empleo. No es el caso vasco, donde el límite de la creación se mantiene en el entorno del 2% y cumplir la previsión permitirá seguir reduciendo la tasa de paro el próximo año. En todo caso, es momento de constatar que se está diluyendo el elemento tractor que debieron –y aún deberían– suponer los fondos dedicados desde Europa en un esfuerzo sin precedente para acometer la respuesta a la pandemia covid-19 en términos de transformación de las economías. En el caso español, el proceso es lento, trémulo y desordenado, lo que redunda en un retraso en la puesta en marcha de proyectos que deberían propiciar actividad, eficiencia y una toma de posición firme en materia energética, social y tecnológica. Esta debería ser una palanca de actividad central que propiciaría una respuesta solvente a las necesidades de generación de nuevos sectores de valor añadido y sostenibilidad de la economía. En el marco de un descontrol evidente en la evolución de los precios, el panorama exige compromisos que permitan conservar o restaurar el equilibrio social que evite desprotecciones en amplios colectivos pero, igualmente, un consenso mínimo que reparta los costes de la crisis sin condicionar la viabilidad de los únicos mecanismos que pueden hacernos sobrevivir a ella: el tejido productivo vasco. Vuelve a hacerse imperioso encarar un pacto de rentas.