uatro años después de la moción de censura que desalojó de La Moncloa a Mariano Rajoy por la reiterada corrupción en el Partido Popular, Pedro Sánchez se ha convertido en el mayor discípulo de su propio Manual de resistencia y puede encarar la última fase de esta legislatura con ciertas garantías pese a las sucesivas crisis y brechas que protagonizan entre sí los partidos integrantes del gobierno y el Ejecutivo con sus socios de la mayoría de la investidura. El Gobierno puede agotar su mandato pero va a necesitar mucho más que la oportunista geometría variable que exhibe Sánchez en cada ocasión en la que necesita mayorías acordes a los apoyos de sus socios u otras alternativas. El último ejemplo de este escenario de confusión ha sido la aprobación el pasado jueves de la Ley General de la Comunicación Audiovisual, en la que el PSOE sacó adelante gracias a la abstención de PP y Ciudadanos y también de Unidas Podemos, que por primera vez en la legislatura rompió un acuerdo del Consejo de Ministros y votó de forma diferente a los socialistas. La trascendencia o no de esta discrepancia entre los miembros de la coalición en el apoyo en el Congreso a una ley del Gobierno y la nueva ruptura con otros socios como ERC, que votaron en contra, está por ver, pero retrata un estado de situación cuando menos inquietante. Socialistas y Unidas Podemos llevan tiempo distanciándose, e incluso dentro de la coalición han surgido numerosas discrepancias entre la formación morada y Yolanda Díaz, que continúa madurando su proyecto político propio. Este escenario viene mediatizado y enrarecido por el escándalo por el espionaje con Pegasus a líderes independentistas, lo que ha incrementado exponencialmente la tensión política con los socios de investidura, en especial, lógicamente, con ERC. Sánchez no ha dado respuesta satisfactoria al espionaje y sus reformas del CNI y de la Ley de Secretos Oficiales se antojan muy limitadas e insuficientes. El líder socialista sigue sin cumplir los compromisos adquiridos con los partidos que le dan estabilidad. Con las elecciones andaluzas a la vuelta de la esquina, a tentación de mirar al PP de Alberto Núñez Feijóo al tiempo que agita constantemente el espantajo -real, por otra parte- de la extrema derecha puede darle una falsa seguridad pero es una estrategia que se agota en sí misma. Una cosa es la geometría variable y otra, la política variable. l