ientras la atención más mediática se centraba en los últimos días en el periplo del monarca emérito en su viaje de placer a Galicia, desde allí acudía a Madrid el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, a rubricar la estructura de su estrategia de búsqueda de la mayoría para gobernar en el Estado a partir del encumbramiento de Isabel Díaz Ayuso como su coequipier al frente de la organización del partido y lideresa indiscutible en la Comunidad de Madrid. De lo visto y oído este pasado fin de semana en el Congreso del PP madrileño queda el regusto desagradable de una obvia y peligrosa estrategia de doble discurso con el que tiene la voluntad de sostener una precampaña electoral permanente en la que las elecciones autonómicas del próximo año en la Comunidad de Madrid ya se confiesa como un escalón en el que sustentar el asalto a una mayoría en las generales para las que sobre el papel falta aún año y medio. El desgaste que se augura en el clima político puede hacerlo irrespirable a medio plazo y con toda probabilidad a partir del otoño. En ese marco, Núñez Feijóo trató de situarse ayer en una posición casi aséptica, impermeabilizado del tono populista que le ha hecho triunfar a Díaz Ayuso pero aportando un respaldo consciente al mismo. El sábado se arropaba el presidente del PP en un discurso pretendidamente centrado, abogando por huir de “cortinas de humo” y reprochando al Gobierno de PSOE y UP que culpe a la derecha de todos los males; pero, en apenas unos minutos, el escenario se transformó en boca de Díaz Ayuso y su populismo identitario de frases gruesas y guiños a las Fuerzas Armadas con los que groseramente disputa a Vox emblemas de la ultraderecha. Alardeando de actitud tabernaria (sic), la presidenta madrileña flirtea con un síndrome de Estocolmo en el que se encuentra más identificada con los principios y actitudes que se supone pretende orillar a la extrema derecha que con una verdadera vocación centrista y moderada. La precampaña lanzada el sábado en Madrid es un escenario de crispación política como estrategia para provocar desasosiego en la sociedad, con poca profundidad de programas o propuestas de solución y mucha simplificación del mensaje hasta trazar gruesas líneas para separar a los buenos de los malos españoles. l
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