a economía vasca está demostrando una vez más una gran fortaleza incluso en los tiempos más complicados de duras crisis. La capacidad de las empresas y trabajadores de Euskadi para sobreponerse a las dificultades ha sido un valor tradicionalmente valorado y que continúa en vigor pese a la crudeza que ha supuesto y aún supone la crisis derivada de la pandemia. Los datos del paro referidos a 2021, segundo año del covid-19, son representativos del vigor de la actividad económica y su potencial para generar riqueza y empleo para seguir creciendo. El sustancial descenso del desempleo registrado en casi 14.400 personas, lo que supone que hay un 11,14% menos de parados que en 2020, indica que ya hay menos vascos sin trabajo que antes de la pandemia, cuando en los primeros meses de la crisis parecía una meta inalcanzable. Con todas las cautelas, no parece un escenario coyuntural. La patronal vasca Confebask ya avanzó hace justo una semana durante la presentación de su informe de coyuntura económica que “lo peor de la crisis ha quedado atrás”, un diagnóstico que podría considerarse optimista pero que parece avalado por los datos y por las perspectivas, ya que los empresarios prevén para este recién iniciado 2022 un crecimiento de la economía de Euskadi del 5,9% -2021 se cerrará en torno al 5,7%, superior a la media española y europea-, suficiente ya para recuperar el nivel del PIB prepandemia y con la posibilidad de alcanzar un máximo histórico de empleo. Es más, si este pasado año ha concluido con 908.022 personas afiliadas a la Seguridad Social, en 2022 es razonable pensar que se superará el millón de trabajadores, un hito histórico. El escenario es, en efecto, alentador pero no exento de algunos déficits y de una importante incertidumbre. No cabe duda de que la precariedad del empleo sigue siendo la gran asignatura pendiente, de ahí que cobre relevancia la aprobación de una reforma laboral -que, al menos en parte, incide en este aspecto- consensuada y adaptada a la realidad socioeconómica de Euskadi. Por otro lado, la pandemia, que está experimentando un extraordinario impacto en toda Europa debido en gran parte a la variante ómicron, sigue amenazando la salud y la economía, añadiendo además mayores cuotas de incertidumbre y desconfianza que no conviene obviar.