a sexta ola de la pandemia covid-19 está en fase aguda con la coincidencia de las variantes delta y ómicron. El perfil de la epidemia en Euskadi habla de una incidencia desbordada y de un efecto tanto más severo cuanto menores los índices de vacunación y más laxas las medidas de autoprotección. Esto es: los colectivos que mejor están soportando esta acometida, bien por evitar el contagio, bien porque el efecto de la enfermedad les resulta atenuado, son aquellos con mayores índices de protección vacunal. Una evidencia que desmiente todo el discurso negacionista y manipulador que pone los intereses o las convicciones individuales por delante de las evidencias científicas y los datos objetivos. Así lo acredita el hecho de que la presión sobre las estructuras sanitarias, con ser elevada, dista de los niveles de hospitalización padecidos en las fases agudas de olas anteriores. Con todo, los más de 11.700 casos detectados en la víspera del final de año hablan de un proceso de extensión exponencial. Desde todo punto de vista, la situación demanda de un ejercicio de socialización de la responsabilidad, de un compromiso compartido. Incluso desde los discursos que sostienen que este proceso de extensión tiene una sintomatología atenuada y puede beneficiar la inmunización colectiva debería incorporarse la apelación a esa responsabilidad. No existe sistema sanitario en el mundo capaz de gestionar una incidencia masiva por menores que puedan ser sus síntomas en una mayoría de población, Junto a ellos, miles de personas van a sufrir episodios agudos que pongan en peligro su salud a largo plazo e incluso su vida. En consecuencia, en vísperas de celebraciones que, más aún si cabe que las de la pasada Navidad, favorecen la reunión de personas de muy diversa procedencia y saltan los entornos burbuja que durante tanto tiempo se han trabajado en el ámbito educativo, laboral y sanitario, esa socialización de la responsabilidad, ese asumir un papel personal en la lucha colectiva contra la enfermedad se hace más necesaria que nunca. De lo contrario, afrontaremos un mes de enero de auténtica pesadilla que ningún recurso público será capaz de manejar. La comodidad de proyectar hacia las administraciones toda la responsabilidad de nuestra salud sería una dejación de nuestra propia y necesaria implicación. Es un trabajo común y estamos llamados a la solidaridad.