El deterioro de la situación política en el Estado español durante los últimos años ha sido de tal calibre que la sola mención a un diálogo político para resolver el innegable conflicto político en Catalunya ha provocado recelos y fuertes rechazos, no solo entre los partidos de la derecha más recalcitrante, sino incluso entre las propias filas del PSOE cuyo líder, Pedro Sánchez, preside el Gobierno y apuesta ahora por esta vía democrática para abordar el problema. De hecho, algunos barones socialistas -los mismos que se mostraban contrarios a que Sánchez acordase nada con el independentismo ni aceptase ser presidente con sus votos o abstenciones- han sido muy beligerantes con sus intenciones de abrir el diálogo. Ya lo avisaron cuando se hizo pública su cita con el president, Quim Torra, al que muchos no consideran interlocutor legítimo, lo mantuvieron tras la cita y las presuntas “concesiones” que le hizo y han continuado tras conocerse la inminencia de la reunión de la mesa política entre el Gobierno y la Generalitat que abordará la cuestión y que tendrá lugar este mismo mes. En este contexto, Pedro Sánchez reunió ayer a su Comité Federal -máximo órgano socialista entre congresos y que, curiosamente, no se había convocado desde septiembre, antes del pacto de coalición con Unidas Podemos y del acuerdo con ERC y, por tanto, el primero tras la investidura- con la clara intención de tranquilizar a sus barones, rebajar las críticas públicas y, en definitiva, disciplinar al partido. De puertas afuera, parece que lo consiguió. El presidente español negó cualquier posibilidad de fractura territorial, insistió en su idea de que el diálogo es la única vía al conflicto y afirmó que se deben buscar “soluciones compartidas y viables que representen a una amplia mayoría de catalanes”. Asimismo, reiteró que los frutos que se logren en este “diálogo para el reencuentro” -tal y como ya lo había definido- no se materializarán en ningún caso en perjuicio de “otras necesidades territoriales apremiantes”. Una afirmación que puede parecer obvia -de hecho, lo es- pero que en el contexto en el que tiene lugar y ante las suspicacias de sus barones más críticos cobra pleno sentido. Esta “unidad” sobrevenida en el PSOE es necesaria para abordar la tarea que pretende Sánchez, aunque a buen seguro no tendrá las manos libres para acordar y precisará también de mucho mayor consenso, también en el seno de la sociedad española.
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