Dicen los que gobiernan, sobre todo la economía, que ya hemos salido de la crisis, que el dinero vuelve a fluir y que el trabajo emerge poco a poco. Pero entre lo que llaman emergente estos portavoces de la macroeconomía y lo que de verdad se percibe entre los currelas de a pie la diferencia es casi un abismo. Precariedad y bajo sueldo son la norma. Y si en la ecuación de la economía social se introduce la variable de género, todo parecido de la economía de grandes cifras con la microeconomía de los minijobs, de las raquíticas soldadas y de la precariedad es, por decirlo suavemente, pura casualidad. Y hablando de trabajo inestable, precariedad y bajos sueldos, siempre surge el cuarto término: mujer, mujer explotada o en la frontera de serlo.

Podría ser esta afirmación un recurso más o menos periodístico y reflejo un tanto etéreo de una situación social muy reducida. Pero no. En este 1 de mayo de grandes movimientos, pero no de masas trabajadoras, sino de muchas personas en tránsito de fin de semana largo, se puede poner cara y voz a esa precariedad, a esos sueldos bajos y a salto de mata, que casualmente, o no, tienen mayoritariamente rostro de mujer.

Una teleoperadora, dos trabajadoras de residencias, dos asistentes domiciliarias, dos kellys (camareras de planta) y una licenciada en comunicación y marketing relatan la impotencia y el sufrimiento que les genera sentirse más castigadas por la temporalidad. Ellas son solo ocho ejemplos de las cientos de miles de mujeres que trabajan en la inseguridad, la frustración y el estrés que les lleva a la depresión, a episodios de angustia, a tener que coger bajas por enfermedad, “porque aunque nuestros trabajos están infravalorados socialmente -por ello son realizados mayoritariamente por mujeres-, conllevan una gran carga emocional; atendemos a personas en situaciones muy delicadas que necesitan una asistencia personalizada. A veces llego a casa con el alma en los pies por no haber podido dedicar más tiempo a cada residente”, explica Amaia, 40 años empleada a tiempo parcial en una residencia de Gasteiz, consciente de que el mercado laboral femenino es un 25% más precario que el de los varones. Según la última encuesta del INE sobre la estructura salarial ene 2016, las féminas perciben remuneraciones inferiores a los varones y continúan encargándose en solitario de las responsabilidades familiares.

rostro de mujer En la Comunidad Autónoma Vasca más del 80% del trabajo a tiempo parcial lo desempeñan mujeres. En el Estado español, en 2016, un 27% de las féminas de entre 25 y 54 años empleadas y con un hijo trabajaban a tiempo parcial. Entre los hombres en idéntica situación eran solamente el 5,7%. Ellas multiplican por cuatro el porcentaje en esta modalidad de contrato laboral.

“Nos venden la idea de que es mejor tener algún empleo, por precario y mísero que sea, que ninguno; nos lo repiten de forma tan insistente que acabas resignándote y te matas limpiando 16 habitaciones en ocho horas siendo frecuente que la hora no supere los 2,80 euros. Al final lo haces sin rechistar. Y si te llevas 1.000 euros al mes te puedes considerar afortunada y dar las gracias a quien te está explotando”, explica Isabel, camarera de planta en un hotel de Donostia. Las condiciones de las kellys como las de esta donostiarra son clamorosamente opresivas. “Estamos entre la invisibilidad de los clientes y las duras condiciones impuestas por unos servicios externalizados. Nuestra situación es tan escandalosa que -ante la presión de algunas organizaciones sindicales, asociaciones de mujeres o la opinión pública- hasta Rajoy recibió recientemente a una delegación del colectivo. Sin embargo, no tengo esperanza alguna de que se ponga fin a esta explotación laboral conocida por todo el mundo. Será más de lo mismo; nos escucharán, pero no harán nada. Seguiremos haciendo camas por 3 euros la hora”, dice con dolor Isabel, divorciada y con un hijo adolescente a su cargo.

“Todas las personas debiéramos tener el derecho a trabajar con condiciones laborales y salariales dignas y el 95% de las kellys (como nos llaman ahora) no disponemos de ellas. No solo el paro, sino también la precariedad y el ser conscientes de trabajar a destajo por tres euros la hora daña la salud física y mental y hace que tu autoestima esté por los suelos”, se sincera Isabel.

despidos a céntimo De condiciones laborales injustas sabe mucho Belén Alkorta. Ella, como la mayoría de las kellys, las empleadas a domicilio y residencias, trabajan como subcontratadas, “por lo que la presión que ejercen sobre nosotras es abultadísima. En la plataforma donde estoy -añade Belén- las condiciones son muy precarias por los contratos de obra y los despidos les salen a céntimo”, se queja sin resignarse a denunciar la prepotencia con la que son tratadas. “Saben que tienen la sartén por el mango y se aprovechan de ello. Y es que todas las cargas y exceso de trabajo que nos han añadido últimamente no nos las pagan; ahora hacemos muchas más cosas que hace años, pero por menos dinero”.

Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Marketing, Ana ha pasado por distintos medios de comunicación escritos y online. Al final esta treintañera navarra ha conseguido un contrato de un año en un diario vasco por el que percibe alrededor de 600 euros mensuales. “Ya sé que es lamentable, pero es lo que hay; muchos compañeros de promoción han abandonado definitivamente el periodismo porque no veían futuro. A mi también se me ha pasado alguna vez por la cabeza dejarlo porque como dependienta he cobrado más, pero quiero intentar trabajar para lo que me he formado”, subraya esta euskaldun con más que aceptable nivel de inglés, que denuncia la elevada precariedad laboral en el mundo del periodismo.

“Me resulta paradójico, y me duele, que en la sección de economía de los medios nos hagamos eco de los contratos temporales en otras profesiones, de los ERE, de los despidos... Pero, salvo excepciones conocidas, no denunciemos los contratos basura en las empresas de comunicación, ni que se paguen 3 euros el folio de 30 líneas. Eso sin contar con que no nos movilizamos nunca por unas condiciones dignas en una profesión tan necesaria, porque sin periodismo no hay democracia”, sentencia.