Camino de Nápoles, la ciudad que custodia el influjo volcánico del Vesubio, una montaña de fuego, ardiente y pasional, uno se imagina en un Fiat 500 descapotable con un sombrero y unas gafas de sol silbando Azzurro de Adriano Celentano mientras las curvas deletrean una melodía seductora.
El Cinema Paradiso de la vida tal vez sea contemplar el ocaso desde una terraza que se acoda al mar o tomando un Aperol en una plaza abarrota entre la algarabía mientras suena una charanga que anuncia un final feliz, acaso ruidoso. Es importante saber irse. Pero más aún dejar el mejor recuerdo posible.
Nadie más sabio que el joven Tadej Pogacar, nacido para el ciclismo, las gestas maravillosas y los pequeños detalles que le engrandecen en cada aparición. Capaz de hacer lo extraordinario ordinario. Fantástico en todos los registros. También en los que enlazan con el entretenimiento.
Se sabe una estrella y desde el carisma alimenta el fervor de las masas. Es un reclamo impagable, aunque el Giro le colmó de dinero para que corriera en Italia. Pogacar es una inversión que genera dividendos en el parqué bursátil del Giro. Una bendición.
Olav Kooij, victoria ajustada
El líder hizo de gregario en Nápoles. Bien pudo no hacerlo y atrincherarse en el kevlar de los rodadores de su equipo. Pogacar, valiente, decidió protegerse a sí mismo mostrándose en cabeza. Dese esa posición, trabajó para Sebastián Molano en un final frenético, pura adrenalina, que alentaba la urgencia máxima en los estertores.
La jauría de velocistas, hambrienta, perseguía con las fauces sedientas el sueño de Jhonatan Narváez, que se quedó a 20 metros de la asonada. Una lástima. Minúsculo ante los gigantes, Narváez fue un coloso a punto de gritar gol. En la captura del ecuatoriano colaboró Pogacar, tan poderoso, intimidatorio y jerárquico.
Gestor de una central de vatios infinitos, guio el esprint y elevó la temperatura del espectáculo en la recta final, donde Olav Olav Kooij, volcánico, domó a la bestia Milan, al que rebasó en un duelo agónico.
Media rueda le dio la victoria en un esprint que buscaba el día de descanso. En medio de la estampida sobresalía el mechón travieso de Pogacar a través del casco rosa. Siempre encuentra el esloveno una grieta para florecer su magia. Oh sole mio.
Extraordinario Pogacar
La belleza arrebatadora de Italia es el mejor personaje del Giro, solo superado por Pogacar, su galán, en los días de celebración. Pogacar se pasea por la fiesta de la carrera italiana vestido de rosa, ganándose todas la miradas de una pulsión loca.
Ese desorden, el caos, es el encanto de una carrera que rebosa personalidad. Casa de maravilla con el esloveno, un personaje en sí mismo que apaciguara la turbina este lunes, en el día de descanso del Giro.
Lo disfrutará el esloveno con un renta de 2:40 sobre Daniel Martínez y de 2:58 respecto a Geraint Thomas. Hamacado, sin más preocupaciones que las de un viajero sin prisa que camina con las manos en los bolsillos. Así transita el esloveno que piensa en la pizza, un invento napolitano, y un capuccino para el lunes al sol en Nápoles.
“No soy un lanzador, era un final difícil. Molano lo hizo bien, trabaja para mí y esta vez se merecía que le ayudara. Ayudé a mi amigo para luchar por la victoria. Ahora a descansar con una ventaja importante", dijo el líder.
Las curvas, bamboleantes, pura sensualidad, que recorren los bordes y los recovecos de Nápoles, perfilan el punto de fuga hacia la mar, un templo de belleza que baña la carrera, donde además, los chicos corren en bici y colorean los paisajes entre el entusiasmo de los tifosi, encendidos como las bengalas del San Paolo, el estadio donde Maradona se hizo dios pagano. Aunque en realidad fundó la iglesia Maradoniana. Los fieles recuerdan su mano de Dios.
La apuesta de Narváez
Desde su fallecimiento, el mito bautiza el campo. Desde que llegó a Nápoles, donde ser trilero se considera una profesión respetada, su imagen cubrió las paredes de las calles. Santa Maradona. San Genaro es el patrón de la ciudad, que vibra y palpita fuego, como el Vesubio, el volcán que destruyó Pompeya. Los napolitanos no miran al dragón dormido porque si no, no vivirían. Nunca se sabe cuándo llegará el gran fogonazo.
En Nápoles, siempre pasional, se impone el momento. Eso pensaban Pietrobon y Maestri, hermanados en el Kometa. Vivir para contarlo. Algo para recordar en la sobremesa del futuro entre manteles de cuadros. Aquella fuga napolitana. En el callejero de Nápoles, incómodo, asfalto gastado, avejentado, curvas que van y que vienen, repechos y descensos, Alaphilippe, que se elevó en la Toscana, alzó la voz.
Costiou, su joven compatriota, se subió a la invitación del galo, que no tiene la efervescencia de aquellos maravillosos años, pero mantiene, intacto, el carácter provocador y desafiante. El pelotón, que deseaba el esprint no entiende de nostalgia. Empaquetó a Alaphillipe y Costiou.
El abordaje inesperado lo buscó después Narváez, el primer líder del Giro, tras su exhibición en Turín. El día que en el que todos, organización, autoridades y aficionados esperaban un Bienvenido Mr. Pogacar, apareció Narváez a modo de invitado sorpresa en la fiesta. En Nápoles se quedó a un dedo de otro logro mayúsculo e inopinado. Dormido el Vesubio, estalló Kooij.