Desde Monte Lussari, el balcón de los Alpes Julianos, se ve Roma. Para subirse al trono de oro rosa del Giro, antes había que bajar en teleférico desde el canto de Eslovenia, la guarida de Primoz Roglic. A un palmo de casa, el esloveno se convirtió en el rey de la Corsa rosa en un final trepidante, ajustadísimo. Con la corona de la emoción descendió Monte Lussari el esloveno, que lloró su triunfo, redentor.

Se encumbró Roglic en la cronoescalada que cerraba la carrera a la espera de la ceremonia de clausura de Roma, donde los fastos y el festejo aguardan al esloveno, campeón después de remontar 26 segundos a Geraint Thomas, deshidratado, desfondado en la pared a Monte Lussari, un muro que desnudó a todos. La última radiografía del Giro. Allí se estampó Thomas como le sucediera a Roglic en La Planche des Belles Filles ante Pogacar en el Tour de 2020.

En la salvaje cronoescalada a Monte Lussari, Roglic, un campeón tremendo, se iluminó con una actuación descomunal. No solo aplastó a sus rivales. Fue capaz incluso de hacerlo después de tener que bajarse de la bici porque se le salió la cadena.

Daba la impresión de que eso hundiría al esloveno como si una maldición le persiguiera. Se recompuso Roglic, un tipo duro, un competidor formidable. Siempre en pie.

Guerrero infatigable, persiguió su sueño a pecho descubierto frente a los suyos. La adrenalina que soltó tras la avería mecánica, le impulsó hasta Roma. Desmedido, desatado, a todo o nada, marcó un registro de 44:23. El mejor.

Thomas, que siempre se mantuvo en tiempos de mantener la maglia rosa, se deshilachó al final, quebrado por la dureza del final y la embestida de Roglic. Concedió 40 segundos respecto al esloveno, emocionadísimo en cada abrazo que recibió tras su mejor conquista.

Roglic posa con la maglia rosa. Giro de Italia

Por 14 segundos

El Giro es suyo por 14 segundos. Una renta exigua, pero que premia a un ciclista grandioso. En su palmarés lucían tres Vueltas. Ahora se posa en su peana un Giro. Lo capturó al final. El deporte, dicen, siempre concede la revancha.

Si en La Planche des Belles Filles finalizó con la mirada perdida, triste, engullido por una derrota cruel, sentado en el suelo, en medio de la incomprensión tras asistir a la estratosférica actuación de Pogacar, en Monte Lussari se vistió de rosa.

Una sonrisa se posó sobre él. Al fin. Las tristeza embargó a Thomas, que no pudo sostener el empuje y el frenesí de Roglic el día de la verdad. Almeida cerró el podio, a 1:15 del esloveno.

En Monte Lussari, donde se necesitan crampones y piolet para salvarlo resolvió la ecuación de una competición pálida que reservó lo emocionante, pasional e intenso para el juicio sumarísimo del reloj, que nunca miente. No existen coartadas. El hombre contra sí mismo.

El pundonor de Roglic

En ese ecosistema, donde se pesa la madera de campeón y la carrera se adentra en el sistema nervioso, territorio ignoto, donde se entreveran lo físico, lo psicológico y lo anímico, se distinguió Roglic, el hombre que nunca se rinde. Ese espíritu, su dureza mental, granítica le llevó a la gloria.

Ante la presión extrema del último baile, sin más refugio ni bala en la recámara del futuro, en el aquí y en el ahora, se midieron Thomas, Roglic y Almeida, que después de casi tres semanas de combate, retándose en el crono o resistiéndose en las montañas, se medían en un punto sin retorno, 18,5 kilómetros en el paredón del Monte Lussari, 7,3 kilómetros de empaliza al 12% de desnivel medio y con rampas broncas, del 22%.

La garganta del diablo. Un infierno para alcanzar el cielo bajo un sol espléndido. Hacia ese destino, donde además de sobrevivir había que vencer a uno mismo y someter a los rivales, soportar el dolor, ante un friso hermoso, pero desquiciante, partió Thomas, con una ventaja de 26 segundos sobre Roglic y 59 respecto a Almeida.

Una cronoescalada durísima

Dolía la belleza, insoportable en una ascensión agonística y penitente. Durísima. Cruel. Un paso de semana santa en una subida imposible, estrecha, hormigonada, encajonada en la montaña.

Una lengua burlona, una ascensión con el mentón elevado y la mirada torva dispuesta a travesar las entrañas. Una montaña metafísica. Claustrofóbica a pesar de la vegetación y del arrope de los aficionados que festoneaban un lugar para la historia.

En el calentamiento, Thomas, Roglic y Almeida se aislaron con música. Lanzaron como liebres a Arensman, Kuss y McNulty. Lanzaderas de las referencias. A esa clase de citas conviene ir bien pertrechado. La liturgia de los grandes ocasiones no es un asunto menor. El rito y la ceremonia también pesan.

Se pasaba de los 60 kilómetros por hora del trecho llano, nueve kilómetros, a reptar a gatas durante más de siete. Era necesaria la capacidad de adaptación. No reinan los más fuertes, sino los que mejor se adaptan. Darwin estaba presente. Roglic se adaptó mejor que nadie a pesar de la mala suerte. Eso no le derrotó.

Hubo cambio de bicicleta, de la contrarreloj del primer tramo, donde la posición aerodinámica ofrece ventaja, a la bici convencional, en la que mandaban las piernas y la capacidad de sostenerse en la cuerda que daba al abismo del Monte Lussari embaldosado de hormigón rayado.

Igualdad al comienzo

En el giro hacia el averno, en la primera toma de tiempos, la igualdad mecía a Thomas, Roglic y Almeida. El esloveno era el mejor, pero apenas sumada dos segundos a su causa. El líder respiraba calma. El galés, pausado, hasta cambió de casco cuando paró para mutar de bici. Emparejados en el llano, la terrorífica ascensión determinaría al campeón. Apenas oscilaba el tiempo.

Roglic bebió el último trago cuando restaban 7 kilómetros antes de adentrarse en el pasillo humano de eslovenos que ocupaban la subida. Thomas se tomó un gel para alimentar su misión. Almeida quedó descartado. Roglic volaba. Presionaba al líder, más atrancado.

Momento tras la avería mecánica de Roglic. Eurosport

El esloveno estaba volteando el Giro, a apenas una decena de segundos del galés. Se le cruzó entonces el infortunio. Resbaló la rueda trasera del esloveno, que iba desencadenado. Se le salió la cadena. Tardo un puñado de segundos en arrancar.

Máxima tensión

Los eslabones del Giro que estaba arrastrando se le quebraron. El mal fario de Roglic, la bendición de Thomas. Eso parecía. El guion del Giro viró en la agonía por última vez. El esloveno, frenético tras el incidente, se entregó al extremo. Alcanzó la cima. Comenzó el conteo. Cruzó los dedos. No asomaba el líder. Cuando lo hizo, Thomas, el rostro sin marco, desencajado, se hundió. Palideció frente al esloveno, feliz, liberado. En paz. Roglic encuentra la redención en el Giro.