Se enajenó el Jumbo en el Passo della Crosetta. Era la primera montaña. Un aviso. El altavoz de Primoz Roglic, rebelde e inconformista. Los antorcheros del esloveno intentando prender la hoguera del Giro. Sucede que la maglia rosa de Geraint Thomas es de amianto. Ignífugo. No padeció el fuego el galés, que sopló las velas de su 37 cumpleaños con una sonrisa. En Palafavera, finiquitado el día, se comió un helado, la especialidad de Val di Zoldo.

A Roglic, el ciclista que viene de los saltos de esquí, también le acompañó el bienestar después de su pasaje desalentador en Monte Bondone. Cosió las heridas. Roglic, un competido excelso, saltó por encima de Joao Almeida, destemplado en los Dolomitas tras su excelsa aparición en la montaña que arrodilló a Roglic.

En el Giro, que exprime las fuerzas, emparejadas, en la última semana, la de la supervivencia, cada día es un viaje a los adentros, al interior del ser humano, un sótano escaso de luz. Nunca se sabe qué ocurre en las profundidades.

Todos a ciegas en el límite. Resucitó Roglic y se descascarilló Joao Almeida. Entre esas dos sensaciones encontradas, se mantuvo Thomas, otra vez formidable. No concede nada el galés, un ciclista de aliento largo.

Sólido Thomas

En Monte Bondone, el líder respondió a Almeida y sometió a Roglic. En Palafavera contestó la rebelión del esloveno en la garganta de la ascensión a Coi y cargó con más piedras la mochila de Almeida. El líder del Giro es el único que no oscila. No se altera. El hombre que siempre está ahí.

Después de dos encuentros en las montañas, Thomas, campeón del Tour en 2018 y podio el pasado curso tras las bestias Vingegaard y Pogacar, mantiene intacta la distancia con Roglic, a 29 segundos. Almeida, que le perseguía a 18, entregó 21 segundos y es tercero a 39 del galés. El esloveno adelantó al luso en Val di Zolo, donde Zana derrotó en el mano a mano al bravo Pinot después de la fuga que marcó el día.

El campeón de Italia, Zana, pudo con Pinot. Efe

Si Thomas y Roglic disfrutaron de las vistas, a Almeida le sostuvo el remolque de Jay Vine. Si en Monte Bondone fue Kuss el que salvó a Roglic, en Val di Zoldo fue Vine, el campeón del rodillo, el que evitó que la grieta fuera mayor. En el juego de mascaras que es el Giro en sus estertores, solo la de Thomas mantiene el rictus.

El día por los Dolomitas resolvió que Roglic está para competir el Giro y que Almeida también puede sufrir. En el baile por la victoria aún resta el tappone de Tre Cime di Lavaredo y la cronoescalada a Monte Lussari.

Nunca se sabe cuándo se incendia todo si se aplica la chispa adecuada. Menos aún en los Dolomitas, arrebatadora su inmensidad, su belleza salvaje y pura, sin aditivos. Amore infinito.

El Giro de Italia se rueda en el mejor plató del mundo, un espectáculo de la naturaleza que empequeñece al ser humano. Lo hace insignificante ante el frontispicio dolomítico. En Forcella Cibiana resistían por delante Paret-Peintre, Pronskiy, Pinot, Frigo, Gee, Barguil y Zana, los hombres en fuga.

La duda de Roglic

En el salón de los favoritos, con vistas apabullantes, exuberante el verdor, fabulosas las crestas y voluptuosas las rocas, gobernaban los caballos de tiro de Thomas. Almeida, que se destapó en Monte Bondone, cuando se rompió la camisa, no perdía detalle.

Roglic, otra vez en un escenario montañoso, era una duda. La resolvió de inmediato. Inició la subida aculado en el grupo, pero se resituó donde se le suponía sin aparente esfuerzo.

Los mejores, pastoreados por el Ineos, descontaron Forcella Cibiana para encarar Val di Zoldo. Allí, en el tuétano de los Dolomitas Bellunos, se dedicaron durante siglos a la minería y al hierro. En la fuga seguían picando piedra, tratando de extraer un diamante del carbón.

El trabajo con el metal correspondía a los que sueñan con el trofeo Senza Fine, la espiral que se realiza a partir de una barra de cobre que se reviste de oro. Se necesita un mes para dar forma al laurel del Giro. La carretera exige ser el mejor durante tres semanas. Los Dolomitas son la forja de la Corsa rosa.

Vine rescata a Almeida

A finales del siglo XIX, los helados artesanales enfriaron la minería. Le dieron sabor al valle. En Coi, mostró la cresta Pinot, el maillot a dos aguas, la ambición intacta. Zana se soldó a él. En el corazón del puerto, bombeó Kuss, el alfil de Roglic. Era la señal del regreso del esloveno. Apenas quedaban brasas de lo ocurrido en Monte Bondone. Volver a empezar.

La agitación del colibrí de Durango, su aleteó formidable, convocó a Roglic, el maillot abierto. A pecho descubierto. El esloveno que trató de camuflarse días atrás cuando le pusieron contra las cuerdas, mostró su ambición.

Thomas, que no necesita intérpretes, reconoció de inmediato que el movimiento del esloveno no era sólo una cuestión de orgullo. Tampoco el canto del cisne. Comprendió que Roglic tenía las garras afiladas. Rapaz. A ellos se sumó Dunbar.

Zana bate a Pinot

En las rampas con más mentón, con una pendiente máxima del 19%, Almeida perdió algo de cobertura. Rocoso, el luso no se abandonó. Es un maratoniano. Roglic, campeón de cuerpo entero, elevó el tono. No se iba a entregar. Siempre dispuesto para el combate.

Thomas, consistente, a rueda, no le concedió ni una pulgada. El galés, firme, se tachonó al esloveno. Kuss tiraba de la ambición de Roglic. Vine marcó la subida a Almeida, una mano amiga.

El luso que tanto brilló en Monte Bondone, se opacó ante el resurgir de Roglic. En Palafavera, Vine y Kuss se apartaron, mientras Zana se imponía a Pinot, otra vez con cara de perdedor. Destruido. Roglic y Thomas se entendieron con la mirada. Sonrieron.

Almeida se desgañitaba persiguiendo. El último tramo se le indigestó al luso, con el gesto contrariado en Val di Zolo, donde Thomas disfrutaba de su cumpleaños y el esloveno cerraba la herida. Roglic no se rinde.