Aitor Elordi está feliz. Está montado en vena. En una campaña ha cambiado su lugar: de teloneros a finales. Con la txapela del Parejas en su palmarés, afronta su segunda final de Primera en el profesionalismo el domingo en el frontón Bizkaia de Bilbao. En esta ocasión, Jokin Altuna aguarda en la pelea por el cetro del Manomanista. El mallabitarra viene de derrotar a Urrutikoetxea (11-22), Elezkano II (19-22), Laso (16-22) y Darío (15-22). Su única derrota ha sido, precisamente, frente al invicto amezketarra. Fue un apretado y emocionante 18-22 en el Astelena de Eibar.

Después de conseguir la txapela del Parejas con Zabaleta, al no poder disponer de tiempo para previas, no iba a jugar el Manomanista. Se lesionó Rezusta y entró por él. Fíjese, ahora está en la final más importante de la campaña manista.

—Es un premio grande. Al final, he roto todo los esquemas y pensamientos que había sobre mí. Eso me hace creer que no me tengo que poner límites y que se puede conseguir cualquier cosa mediante el trabajo duro diario. La verdad es que me ha aporta un plus enorme de motivación.

¿Ha llegado a romper incluso sus propios esquemas?

—Sí, porque, en definitiva, tú siempre tienes que ser el primero que cree en ti mismo, pero al final la realidad y el frontón te ponen en tu sitio. Los primeros años en el campo profesional y mis primeras experiencias en esta modalidad no fueron buenas. Eso te lleva a creer que tienes limitaciones dentro del Manomanista, que te cuesta más amoldarte o que hay rivales que juegan más que tú en la especialidad. Eso te coloca en una posición y, viendo que hay muchos pelotaris que tienen mucha más facilidad que yo para jugar dentro del mano a mano, no te llegas a ver en una situación como esta. Sin embargo, he sido capaz de darle la vuelta a la situación. He superado mis limitaciones a base de trabajar duro. Aquí no hay secretos.

¿Ha asimilado ya que ha pasado en un año de jugar en Promoción y teloneros a ganar la txapela del Parejas y estar en la final del Manomanista?

—Lo estoy viviendo con mucha felicidad, sinceramente. Parece que estoy en una ola que nunca termina, pero tengo los pies en el suelo, en el mundo real. Soy consciente de dónde vengo y dónde estoy ahora mismo. Estoy contento, pero no me vuelvo loco.

Indudablemente, tal y como reconoce, se encuentra en un momento excepcional en su carrera, pero también es reseñable que en su vida profesional ha visto la cara y la cruz de la pelota. En la semifinal ante Darío vivió momentos complicados y fue capaz de darles la vuelta.

—Está claro que uno va construyendo sus ideas y sus pensamientos. Fíjese, cuando me pongo a reflexionar un poco, me acuerdo de mi época en aficionados. Recuerdo que tenía las ganas y el pensamiento de llegar al campo profesional y algo me decía que iba a entrar en profesionales. Tenía un presentimiento. Lo sentía así. Después, se puede cumplir o no, pero por dentro pensaba que iba a hacer todo lo que estaba en mi mano por dar el salto. Y me llegó la oportunidad con Aspe en 2016. Ese mismo presentimiento tenía cuando jugaba en la categoría de Promoción. Hubo instantes en los que me encontraba muy bien e hice temporadas muy buenas en los que me veía que tenía capacidad para llegar arriba y dar ese paso.

Prosiga.

—Desde luego, soy el primero en reconocer dónde están mis limitaciones, pero también que iba a trabajar cada minuto por superarlas. Pero, lo dicho, tenía ese presentimiento, que iba a llegar a Primera en un futuro. A medida que pasaban los años veía que el objetivo se iba haciendo más difícil. Te replanteas las cosas. Igual como había debutado, no se cumplía el de llegar arriba. Los años iban pasando y las oportunidades iban siendo cada vez más complicadas, pero ha llegado la explosión y aquí estoy. Eso sí, ese presentimiento no lo he tenido con el mano a mano, ¿eh? (Risas). No entraba en mis planes.

Jokin Altuna y usted son dos pelotaris bastante parecidos en el juego en la cancha, pero sus carreras difieren un montón. El amezketarra, un superclase, debutó con 18 años y en poco tiempo pasó a ser uno de los capos de la empresa, mientras que a usted le costó amoldarse a la pelota profesional y ha pasado seis años batallando y trabajando en Promoción. Lo extraño es el caso de Jokin y lo suyo es lo más habitual: el deportista que crece poco a poco.

—Casos como el de Altuna III o Irribarria son especiales. Siempre han tenido ese don, que es muy difícil explicar qué es, que les hace estar siempre por encima del resto de manistas en su categoría. Sí que es cierto que hay pelotaris que les sucede en el campo aficionado, pero al dar el salto no se siguen manteniendo en esos niveles de dominio. Jokin, en cambio, sigue ahí, siendo el mejor. Mi caso fue todo lo contrario. Es lo habitual. En esta vida las cosas se consiguen a base de horas y horas de trabajo. Estoy satisfecho con todo lo que estoy logrando, porque lo he currado mucho. Ahora que me han llegado los resultados sé apreciarlos y valorarlos en su justa medida. Esa es otra de las cosas que me sorprenden de Jokin: que sea tan duro mentalmente y sepa mantener los pies en el suelo no habiendo visto el lado más complicado del profesionalismo, como me tocó a mí.

Si está en esta final del Manomanista, entonces, se debe a su cabezonería.

—Está claro. Eso es así.

Altuna III lleva un pleno en el presente campeonato. Ha ganado ante el campeón Unai Laso (9-22), usted (22-18), Danel Elezkano (12-22) y Joseba Ezkurdia (12-22). ¿Le pone el cartel de favorito para la contienda del domingo?

—Sí. Es el favorito. No lo digo para quitarme la presión de la final. Está demostrando los últimos años que está a un nivel enorme. Sé que es muy competitivo y yo también. Fuera de la cancha somos íntimos amigos, pero en el frontón Bizkaia cada uno tiene que salir a defender sus intereses. Conociéndole un poco, sé que su objetivo es ser el mejor y batir todos los récords que tiene en su mano. De hecho, trabaja un montón para conseguirlo, pero sí que en la liguilla le apreté bastante –le tuvo 15-18, pero el amezketarra le dio la vuelta de una tacada–. Ese encuentro servirá para que haya un poco de morbo en la final. Sin ese precedente de por medio, la gente diría que Elordi no iba a tener nada que hacer contra Altuna, que no hay final. Con ese 22-18, aunque sigue siendo favorito Jokin, hay más igualdad. A ver si suena la trompeta.

En un año ha cambiado su rol como pelotari y deportista. ¿Lo percibe?

—Sí lo noto, sí. Por la calle la gente te reconoce. Te hablan y te miran más. En todo lo demás no he experimentado ningún cambio. Me refiero, sobre todo, a mi forma de pensar. Sigo en la misma sintonía.

¿Se siente un referente?

—Sí. Hay muchos niños y niñas que siguen la pelota y entrenan a diario para conseguir sus sueños y para ellos soy un claro ejemplo. Muchos tiran la toalla a la mínima de que no les salen las cosas como ellos quieren, pero pueden ver mi trayectoria y darse cuenta de que si a Aitor le ha costado siete años llegar hasta aquí, no deben rendirse a las primeras de cambio. En esas situaciones, mi caso puede servir como referencia.

Su llegada al estelarismo ha sido toda una explosión. En una campaña se ha llevado el bronce en el Cuatro y Medio, ha ganado la txapela del Parejas con Zabaleta y es finalista del mano a mano. En las gradas se nota que el público le quiere.

—Jokin Etxaniz me dijo en un entrenamiento que soy una persona transparente: cuando estoy mal, se me ve a simple vista y cuando estoy contento, no se me va la sonrisa de la cara. En el frontón intento también serlo. La gente se siente identificada y tiene cierto enganche. Los espectadores te entienden y comprenden. Saben cuál es tu trayectoria y lo están disfrutando.

¿Ha soñado con la txapela?

—No me queda otra que hacerlo. Tengo que soñar y creer en mí mismo. Si quiero lograr la txapela, debo seguir creyendo que puedo conseguirla.